A Carmela le extrañó que doña Monsi la citara el martes a las seis de la mañana para que limpiara su rellano, alegando que ese mismo día iban a traer una escultura de alguien importante y quería colocarla allí.

-No entiendo qué quiere decirme con que limpie su rellano. Lo hago todos los días.

-Lo que tú haces es embadurnar el piso con agua y lo que quiero es que lo limpies a conciencia, que para eso te pago.

Después de escuchar aquellas palabras tan desagradables, a Carmela le entraron ganas de agarrar la fregona y restregársela por toda la cara, pero el embarazo la ha hecho madurar y, después de contar hasta 134, decidió que ya encontraría el momento de hacerlo.

-¿Y qué cosa dices que va a poner ahí? -le preguntó María Victoria, que este año no se ha podido ir de vacaciones y se pasa el día dándole vueltas a la cabeza, con lo que ha desarrollado de nuevo un brote de hipocondría-. A ver si nos va a generar una infección mortal. Lo de Cinco Jotas fue un aviso.

-Una estatua -dijo Carmela, restregando con rabia y fuerza el suelo.

A las cinco menos cuarto de la tarde, tocaron al portal y Neruda abrió la puerta a dos señores que entraron con una caja de madera. Como el ascensor lleva días averiado, tuvieron que subir por las escaleras. Eso ni lo cuento. Media hora después, la presidenta nos reunió a todos a la entrada de su piso.

-Este que ven aquí -dijo señalando a un hombre de no más de 1,50 centímetros- es mi abuelo, el coronel Abelardo Serrat dels Monjos. En 1895 participó en la guerra de la independencia de Cuba y fue el último en rendirse, así que hoy es un día especial para mí porque su presencia, aunque sea en bronce, me llena de orgullo -dijo con lágrimas en los ojos.

-¿Y? -preguntó la Padilla cuando doña Monsi entró en su casa emocionada y cerró la puerta.

-Supongo que lo que quiere es que le rindamos tributo al coronel -dijo Brígida, que no calculó el comentario y se llevó una mirada fulminante de su hermana y otra de Eisi, para quien rendir tributo solo tiene sentido si es AC/DC.

-Sí, pero lo peor de todo es que me ha encargado que cuide de él -se lamentó Carmela.

-No habrás aceptado, ¿no? -dijo la Padilla.

-Ños, chica, tengo dos bocas que alimentar en camino, no puedo renunciar a unos euros de más -se justificó.

-¿Sí?, pues a ver cómo le explicas que a la estatua le falta el brazo derecho -apuntó Eisi, señalando al coronel de bronce.

-Lo sabía. Ya dije que esa cosa no traería nada bueno. Seguro que está infectado y se está consumiendo poco a poco -dijo María Victoria, que salió aterrada escaleras abajo tapándose la boca.

Esa noche Carmela no pegó ojo, pensando cómo le iba a explicar a doña Monsi que se había perdido el brazo de su abuelo. Estaba segura de que la despediría.

A la mañana siguiente, un grito desgarrador nos levantó el estómago. Provenía del rellano de la presidenta y hasta allí subimos todos en tropel.

-¿Qué es esto? -preguntó doña Monsi.

-Su abuelo -le recordó la Padilla.

-Eso ya lo sé.

Carmela se abrió paso entre los vecinos. Había decidido dar la cara y explicarle que no había más culpable que ella. Estaba dispuesta a decirle que, seguramente, el brazo se habría perdido cuando lo subieron por las escaleras, pero que no había rastro de él. Justo en el momento en que iba a abrir la boca, se dio cuenta de que el coronel tenía los dos brazos. A su lado, Eisi, con aires de "es que a mí no hay nada que se me resista", le susurró que no había sido difícil conseguir uno parecido.

-¿Quién le ha puesto ese brazo a mi abuelo? -gritó enrojecida doña Monsi.

Todos nos miramos sin entender nada.

-Mi abuelo perdió el brazo derecho en la última batalla en Cuba.

-Ah, bueno. Eso es fácil también -dijo Eisi, asestándole una patada y dejando al coronel como había llegado. Con un solo brazo.

@IrmaCervino

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