Partidos. Me como con papas mis propias palabras; ni Podemos ni Ciudadanos, qué pena. Mi tocayo Iglesias abre la mano a cualquier espíritu de izquierdas que quiera sumar, sin importar la ideología; qué poco duró la revolución. Y el de Rivera no es un partido político, es solo una campaña de márketing que vende esperanza pero es humo: un sólido politburó, unos afiliados que participan de la pantomima, pagan su cuota y votan "primarias", y patada rápida para quien no vaya al paso. Primero la UPyD de Rosa Díaz y ahora estos dos, con el carisma de sus líderes, nudo y desenlace, que me vienen al pelo para terminar de darle forma a mi tercer libro, "Guía práctica para crear un partido político de éxito", tarea pospuesta "sine die", pero que hubiera estado incompleta sin toda esta historia reciente.

Elecciones. Ahora sí. Las elecciones generales para el 20 de diciembre, palabras mayores, política de verdad, de esa que puede hacer que las cosas cambien para mejor o para peor según decida el pueblo con su incuestionable sabiduría. Rajoy se enfrenta a su reelección con todo el simbolismo posible, en competencia con el Niño Jesús y el Gordo de la lotería.

Falta de atención. Esto es lo que pasa cuando alguien se empeña. Tenaz Ferrusola, la ideóloga catalana detrás del pequeño gran hombre, que trazó su plan del que se cumplen sus hitos. Eso es lo que pasa cuando no se presta atención a las pequeñas concesiones: primero, erradicar el bilingüismo; después, controlar la educación para contar su propia historia y tener paciencia, mucha. Nadie se preocupó en serio mientras los nacionalistas daban mayorías en Madrid. Y aquellos tiempos derivan en este conflicto que, pase lo que pase, producirá una honda fractura y su cicatriz imborrable. Igual que en Europa con la que se nos viene encima después de haber mirado para otro lado en Siria o en el África negra. En este mundo globalizado no se puede pasar, ahora la tragedia y a poner tiritas sin intentar siquiera enfrentar el fondo del problema, no aquí, sino allí.

Esta isla. Ni cien días de gracia ni toda la eternidad. Me arriesgo a que me tachen de mal tinerfeño, otra vez, como hizo el ínclito cuando algo dije sobre la incomprensible política del Cabildo de Tenerife, su intervención en la economía y sus encomiables fracasos sufragados con su dinero de usted; entre otros, un campo de golf, los casinos, las bodegas insulares, las cooperativas agrarias desaparecidas y ahora, por inacción, el turbio asunto de las aguas residuales que van al mar sin depurar. Eso es lo que pasa cuando se procrastina en el ejercicio del gobierno, que queda la herencia, que le explota al heredero. El causante y el heredero, atados por la desidia del primero y los compromisos del segundo, que parece que algo hay, y a eso voy, a ver si trasciende algo nuevo. De momento nos tratan con idéntica condescendencia y no hay necesidad ni de medias verdades con lo del tren del sur, ni de anillos insulares a los que les falta un carril, un puente y no sé cuántos túneles.

Competencia. La competencia es la solución, afirmo, pero qué miedo da. Tenemos una moratoria turística y millones de metros cuadrados urbanizados, listos para edificar, en los que ya no se va a atentar contra el medio ambiente. En los estados de Georgia y Lousiana, después del huracán que acabó con todo, liberalizaron por completo las relaciones laborales y la economía crece por encima del resto. En definitiva, el paro no baja por miedo a la competencia, qué miedo da.

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