El día 27 de septiembre se decide en Cataluña bastante más que la elección del gobierno de la Generalidad.

Por mucho que se quiera negar el significado de la convocatoria, intentarlo resulta insostenible.

Si los partidos independentistas logran más votos que los unionistas -que no más diputados, más votos- habrá problemas. Si por el contrario la mayoría de los catalanes se inclina por la sensatez y el sentido común, Mas habrá terminado, aunque siga existiendo el problema secesionista, que no se extinguirá, pero recibirá un duro golpe.

Aunque nos remontemos con la "cuestión catalana" a Felipe V y los comienzos del siglo XVIII, es obvio que el momento más crucial fue durante la II República cuando Luis Companys proclamó el Estado catalán en octubre de 1934, lo que le costó la intervención militar inmediata del Gobierno del Estado y el aplastamiento de la intentona separatista.

Desde entonces no se había llegado a un estado de cabezonería y sinrazón como el que ahora está teniendo lugar.

La responsabilidad principal está en Mas, su partido, Convergencia, y en Ezquerra, por supuesto.

Sin embargo, hay que reconocer que los dos grandes partidos nacionales también han cometido muchas torpezas desde la Transición hasta ahora.

En el PSOE desde las primeras elecciones a Cortes democráticas se permitió un Grupo Parlamentario Catalán en el seno del propio PSOE y en los últimos años ha existido una política socialista interna extraordinariamente titubeante y blanda con su organización en Cataluña, dando en muchas ocasiones alas a la posibilidad de apoyo al referéndum independentista o a pactos con los separatistas. Parece que al presente el PSOE intenta reconducir dichas tonterías.

Por su parte, el PP, también tiene errores que purgar y que nos han llevado a convertirnos en Cataluña en un partido político menor, casi testimonial, ocupando nuestro espacio político en esas tierras el partido Ciudadanos, con la aparición arrolladora -en Cataluña- de Alberto Rivera.

Desde que el PP guillotinó en 1996 a Alejo Vidal Quadras no hemos levantado cabeza en Cataluña. Aquel era un magnífico líder autonómico cuando estaba al frente del PP catalán y acosaba a Puyol desde el Parlamento con éxito triturador, hasta el punto de que Puyol exigió su cabeza para apoyar el voto de investidura de Aznar como presidente del Gobierno sin mayoría absoluta en 1996, y Aznar se la concedió bajo la mano aplastante de Paco Álvarez Cascos.

Las facturas hay que pagarlas y el resultado es el que conocemos. Condenado al ostracismo Vidal Quadras y destrozado el PP catalán, que desde entonces está en caída libre, sin que Fernández ni Sánchez-Camacho hayan conseguido nunca aproximarse a los resultados que alcanzó Vidal Quadras. Tampoco creo que el actual candidato cambie ese rumbo. Tiene un tiempo muy escaso.

No tengo dudas acerca de la firmeza del Gobierno de España si se diera, que no lo creo, el caso de una victoria de los votos separatistas que propiciara una declaración de independencia unilateral e inconstitucional, sin perjuicio de sus consecuencias jurídico-penales.

El artículo 155 de nuestra Constitución pone en manos del Estado todos los mecanismos legales para borrar de raíz cualquier movimiento segregacionista y estoy convencido de que, llegado el caso, Rajoy y el Gobierno utilizarán todos los que haga falta, sin ningún tipo de exclusiones.

Espero que los catalanes sean conscientes de ello y de lo duro, tanto económica como políticamente, que puede ser el camino para todos. Para ellos sin ningún auxilio exterior de la Unión Europea. Para nosotros, para el resto de España, teniendo que aplicar unas medidas extremas a una parte del territorio español, con las desagradables pero necesarias consecuencias que ello implicaría.

*Abogado