Decía el dramaturgo italiano Carlo Goldoni que el que no sale nunca de su tierra está lleno de prejuicios, y no le faltaba razón. En cierto modo, viajar por el mundo te abre los ojos a otra forma de vivir la vida, nos sirve no sólo para cambiar de ciudad, sino para darnos cuenta de que, el lugar donde normalmente residimos, no constituye el ombligo del mundo; además de aprender que nuestros problemas son nimios comparados con los que sufren o padecen los demás.

Por otra parte, viajar despeja la mente, enseña historia, se aprende tradiciones y costumbres distintas, adecua incluso tu paladar, comparas, mides, valoras otras opciones de vivir y de entender la vida, aprecias o no otros caracteres, y no cabe la menor duda de que es la mejor fórmula para combatir el estrés acumulado por el trabajo o la cotidianidad diaria que a veces pesa como una losa; pero, sobre todo, sirve para superar miedos y combatir los prejuicios.

Sucede mucho cuando uno viaja con un lugareño que te sirve de guía, sobre todo si se trata de un profesional que conoce a la perfección de lo que habla, y te lo cuenta en tu propio idioma para que no haya malos entendidos. Y cuando has recorrido, pongamos por ejemplo, varios países europeos tales como Italia, Portugal, Austria o Francia -casualmente todas ellas repúblicas democráticas-, te llaman la atención varias cosas: en todos esos lugares uno percibe que los ciudadanos se sienten orgullosos de su patria; que la defienden a capa y espada y que, sobre todo, conocen su historia y se sienten orgullosos de su pasado, sea este el que sea.

Saben quiénes son, y aunque tengan problemas -como todo el mundo-, se suelen unir para solucionarlos; sienten, como ciudadanos, pasión por la libertad absoluta de las personas y del Estado al que pertenecen, porque son conscientes de que su Estado los defenderá sin fisuras de los enemigos interiores y exteriores. Son pueblos que se caracterizan por estar unidos sin equívocos ni complejos.

Por otra parte, para nosotros los españoles, que somos una monarquía constitucional, nos sorprende que, cuando visitas dichos países -y podríamos hablar de otros muchos de características similares-, siendo como son repúblicas, se vanaglorien de su pasado monárquico y lo alaben sin fisuras, pero sin dejar en el tintero lo malo o lo bueno que hayan podido realizar. Te enseñan sus palacios, sus monumentos, sus joyas, sus jardines, sus calles repletas de estatuas de reyes, algún que otro emperador, general golpista y dictador -tal que Napoleón-, personajes revolucionarios, científicos, artistas relevantes y políticos propios y ajenos de uno u otro signo político...; y da una envidia sana que uno no entiende algunas de las cosas que nos suceden a los españoles, como el hecho de que siendo nosotros, precisamente una monarquía parlamentaria, nos dediquemos a quitar los retratos del rey a silbar el himno y hasta a la bandera de España.

Como tampoco se entiende el hecho de que estemos permanentemente revisando el pasado con unas tijeras a medida, recortando aquello que desde nuestro punto de vista personal, ideológico y sectario no nos convenga, y que tan sólo nos puede conducir a una "ignorancia elegida" que sirve para acallar conciencias pero no para respetar los principios, la verdad y la historia.

Y hablando de historia y sobre todo de la nefasta y sectaria "ley de la Memoria Histórica" que patrocinó el expresidente Zapatero y que el actual Gobierno de Mariano Rajoy ha sido incapaz de revocar, habría que preguntarse por qué en dicha ley tan sólo hablan de la memoria más cercana porque, puestos a revisar, ¿por qué no exploraron las primeras dictaduras o retrocedieron a los años cuando el PSOE en 1934 dio un Golpe de Estado contra la II República? Total, será por prejuicios; puestos a hacer revisionismo podríamos haber llegado hasta los romanos o los visigodos ¿Por qué no?

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