He contemplado algo sorprendente. En una reunión de trabajo han preguntado si entre los asistentes se encontraba alguien que no supiera dibujar. Entre la aplastante mayoría que se declaró mal dibujante, se le solicita a uno de ellos que, en un panel de papel de la altura de una persona media más o menos, dibuje un árbol a grandes trazos. Para la tarea que se requería no tenía ninguna importancia que el árbol pareciera un árbol de verdad o que resultara un pésimo boceto, así que daba exactamente igual cómo quedara. Pero para sorpresa de todos, el mal dibujante plasmó un árbol enraizado, de aspecto robusto y copa frondosa y, sobre todo, bien proporcionado. En definitiva, un árbol estupendo. Para ser un mal dibujante, dibujaba realmente bien. Tengo la impresión de que el primer sorprendido por la muestra de creatividad fue él mismo.

Me recordó una charla que escuché a Tim Brown, el director general de una empresa de diseño global llamada IDEO con un interesante reconocimiento internacional. Según se lee en su web, ayudan a otras marcas a diseñar productos, servicios o espacios con un enfoque centrado en las personas, y desde ahí les impulsan a crecer. Para esto utilizan un sistema de trabajo peculiar. Lo llaman "el pensamiento de diseño" ("design thinking") y lo explican como la manera de "construir de forma creativa la cultura y los sistemas internos de una organización que son necesarios para el lanzamiento de una nueva empresa o para sostener la innovación en una ya existente".

El pensamiento de diseño, dicen ellos, es un "proceso profundamente humano que se nutre de las capacidades que todos tenemos", pero que pasamos por alto a la hora de resolver los problemas más convencionales. Se basa en nuestra capacidad para ser intuitivos, para reconocer patrones, para construir ideas, para expresarnos a través de otros medios más allá de las palabras o los símbolos. O sea, se trata de pensar como lo hace un diseñador; solo que permite que gente que no es diseñadora ni ha estado nunca cerca de ningún proceso creativo pueda desarrollar al "diseñador" que, al parecer, todos llevamos dentro.

El director general de IDEO explica que este método de trabajo está cimentado en las habilidades que teníamos cuando éramos niños para explorar o "pensar con las manos" (me encanta esta expresión). Durante su charla sobre "Creatividad y juego", pide al público que dibuje en un papel, en treinta segundos, a la persona que cada uno tiene a su lado. Según Tim Brown, cada vez que repite este experimento con adultos, la frase más pronunciada en la sala es "lo siento". Cuando la gente enseña sus dibujos se oyen "montones y montones de lo siento". Esto demuestra, dice Brown, "cuánto tememos el juicio de los demás" y cómo este temor nos frena a compartir ideas nuevas que podrían ser maravillosas. Si el experimento se hace con niños, ocurre todo lo contrario. No solo no les da vergüenza, sino que muestran sus dibujos como obras maestras. Liberados del "qué dirán", las criaturas juegan y se ocupan de su propuesta. Y si la cosa resulta mejor o peor, se ve que no les preocupa tanto como para dejar de participar y mucho menos para disculparse por ello. Brown concluye que es el entorno de confianza lo que permite a los niños jugar y crear. El mismo entorno que los adultos vamos dejando atrás.

Seguramente por esto me gusta tanto la gente que pare buenas ideas y las construye con sus manos, la gente creativa y su creatividad resolutiva, bondadosa y audaz, como aquel que salió decidido a dibujar. De alguna manera han logrado saltar la barrera que fuimos construyendo de inseguridad y decidieron volver a confiar.

@rociocelisr

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