Dice una de las leyes de Murphy que si una cosa puede salir mal probablemente saldrá mal. Eso deben pensar los sufridos ciudadanos que cada mañana se tragan las colas de la autopista del Norte. Ahora no sólo tienen que ir de procesión, encajonados entre una larga hilera de coches casi parados, sino que además tienen que escuchar cada mañana por la radio todas las explicaciones, peleas, debates y sancochos dialécticos sobre su tortura.

Como diría un mago, estamos cosechando lo que hemos sembrado. Las cosas no ocurren por casualidad ni los problemas de nuestras carreteras han surgido de la noche a la mañana. En Tenerife no hemos construido núcleos urbanos, los hemos plantado al azar. Es como si un gigante con una bandeja llena de casas hubiera tropezado en los riscos de Anaga y se le hubieran caído de cualquier manera por toda la geografía. Vistas desde arriba la TF-1 y la TF-5, hacia el Sur y hacia el Norte, son dos arterias que se conectan con cientos de núcleos dispersos que a su vez están rodeados de miles de viviendas colocadas en un perfecto desorden a su alrededor. Pretender arreglar todo esto con carreteras y transporte privado es un reto de la matemática del caos. No es así como saldremos del pufo.

La realidad es que los gobiernos peninsulares han excluido históricamente a Canarias de la principal línea de inversiones públicas del Estado: los trenes. Cito unas sabias palabras del presidente Rajoy hablando de las líneas de alta velocidad: "Cada nuevo AVE representa un nuevo vector para el crecimiento y el empleo. Garantiza el derecho a la movilidad de las personas, cohesiona y articula nuestro país y redunda en la igualdad de oportunidades. Y envía al mundo un mensaje poderoso sobre España: el de un país tan solidario como innovador y vanguardista". Amén.

Aplicando esta filosofía a la inversa, las Islas Canarias no disfrutan del derecho a la movilidad de las personas y padecen vectores de desigualdad, desarticulación y desempleo. España envía al mundo un poderoso mensaje de abandono, inmovilismo e insolidaridad con el Archipiélago que ha sido tratado en materia de transportes con un comportamiento típicamente colonial, entre el desinterés y la ignorancia. Las comparaciones son odiosas, pero a menudo sirven para hacerse una idea aproximada de cómo son las cosas. Justo en la misma semana en que los políticos canarios han protagonizado una interesante e inútil riña intestina sobre quién tiene más o menos culpa de los colapsos del tráfico y el retraso de algunas inversiones en carreteras, en el territorio peninsular -no colonial- se han inaugurado con bombo y platillo algunas nuevas infraestructuras.

A la apertura oficial del Puente del Descubrimiento de Cádiz -500 millones de euros- le ha seguido la del último tramo del AVE entre Madrid y León, donde Mariano Rajoy se marcó las brillantes palabras precitadas. Son 337 kilómetros que se recorren en apenas dos horas y cuestan a los ciudadanos sólo 20 euros. Y todo ha supuesto una "modesta" inversión de 1.620 millones de euros. Visto desde la ultraperiferia, el asunto es para llorar, sobre todo porque entre Madrid y León existe ya una importante red de autopistas y carreteras que permiten el desplazamiento un tiempo no superior a cuatro horas. A los ciudadanos se les ofrece ahora una nueva alternativa que evita el uso del transporte privado, que les ahorra tiempo y les ahorra dinero. Sentir una insana envidia es inevitable.

En materia de transporte las islas han sido abandonadas como colillas en el cenicero del Atlántico, que diría García Cabrera. Madrid-Palencia cuesta en el AVE 15 euros. Una distancia similar, Tenerife-Lanzarote, no cuesta menos de cincuenta euros a los residentes y más de cien al que no lo sea. Incluso un desplazamiento Tenerife-Las Palmas, que no llega a los cien kilómetros, no baja de los 30 euros siempre que lleves el certificado indígena entre los dientes.

El transporte en el continente no es igual al de las islas. Ni su precio. Estamos condenados a padecer la incomunicación, los retrasos, los colapsos... Los aviones y los barcos nos cuestan, al contrario que a los usuarios del AVE, la yema de uno y la clara del compañero. Dependemos exclusivamente del transporte por carretera, donde nos ordeñan con el precio del combustible más caro del Estado y una fiscalidad del cien por ciento sobre el precio de las gasolinas y el diésel. Mañana, en la cola, debería meditar usted sobre "el poderoso mensaje" que nos mandan con todo esto.