También el acoso mediático podría relacionarse con la mal llamada "violencia de género". No hemos avanzado contra las estadísticas de crímenes domésticos. Cada año se incrementa el número de casos a pesar de las barbaridades jurídicas que marginan al hombre fuera de sus derechos constitucionales, privándole de su presunción de inocencia cuando por una simple denuncia, que puede ser falsa, se le detiene con esposas incluidas y, tras dos noches de calabozo, "el lunes ya veremos".

A pesar de esta lamentable realidad, no disminuyen los asesinatos de mujeres desprotegidas por un sistema político y jurídico incapaz de solucionar un problema de esta entidad.

A los episodios de acoso laboral, explotación sexual, persecución escolar, chantaje en las redes... donde la única actuación de las autoridades es para eludir responsabilidades, cuando un desenlace resulta trágico, hay que añadir una nueva estrategia perniciosa contra la mujer, que convendría erradicar desde estos comienzos, que está desarrollando una virulencia con indicios psicopáticos y, por ende, de muy alto riesgo.

Imaginemos una mujer joven que decide implicarse en la política por vocación y con el fin de dar forma a sus principios, asumiendo la responsabilidad de servir al pueblo como prioridad absoluta. Que tiene un bagaje laboral, académico y cultural sobrado para afrontar el reto, acompañado de unas condiciones idóneas para el ejercicio de la cosa pública. Cuenta con el apoyo de un grupo colaborador que la introduce en los medios donde puede darse a conocer y exponer su currículo profesional, laboral y académico, al tiempo que comparte con la población su discurso e imagen, para hablar del ideario de su partido, de las líneas rojas que debe respetar y de cómo el código ético le indica el camino deseado para servir al pueblo como prioridad absoluta.

Ahí comienza un sorprendente e inesperado calvario. Asechanzas brutales de algunos adversarios políticos. Intrigas, manipulaciones, maledicencias, tan graves como algunos ataques cercanos.

La creciente alarma social al respecto está provocada por los exabruptos dialécticos en campaña electoral, que se autoalimentan y engordan en un sentido preferencial; aquél que tiene el objetivo en alguna mujer para lanzarle todo tipo de injurias, calumnias, atentados contras la honorabilidad, invasión de su privacidad, invención de afectos y relaciones sexuales, mentiras mezquinas, twits amenazadores, insultantes y depravados.

En fin, una campaña demoledora de la que hay que defenderse, y de la que solo parecen librarse los hombres. Por ejemplo, ¿qué interés sociopolítico, más allá de la mera anécdota, tiene el ensañamiento masivo contra Patricia Hernández por acceder a una vivienda oficial? No entro a valorar la oportunidad o conveniencia de su decisión, pero ¿qué nos importa el nombre de su bebé, la raza de su perro o la nacionalidad de su pareja? Creo que son injerencias vejatorias, emitidas desde la mediocridad más profunda, que afectan al derecho a la privacidad que dicta la Ley Orgánica de Protección de Datos.

Mi reflexión: ¿se daría el mismo tratamiento mediático en sentido inverso, caso de que fuera un hombre el sujeto de esta crítica? ¿Por qué ellos no sufren estos ataques tan mezquinos? Quizá alguna de nosotras también tengamos algo de culpa.

Ante este tipo de acoso no basta con el menosprecio al infractor por mediocre, cutre y frustrado, sino que el más elemental sentido de la justicia indica el camino a seguir para identificar los pseudónimos y saber quienes les pagan.

Como mujer, discriminada y agraviada por otras personas por estos vergonzosos hechos, me siento orgullosa de poder participar en este movimiento reivindicativo que comienza con este artículo y terminará cuando desenmascaremos a tanto facineroso que anda suelto.

*Presidenta de la Asociación

Viera y Clavijo