Sabio es el refrán español "Valiera más solo que mal acompañado" (La Celestina II 123), o aquel otro "Más vale señero que con ruin compañero" (Correas 635), y no digamos nada de aquel otro "Más vale solo andar que mal casar", pero la realidad nos dice que en general a nadie le gusta vivir solo, salvo honrosas excepciones, que suelen obedecer más a no dar con una compañía grata o con empatía, y entonces no queda otro remedio. También se da el caso de personas que aunque convivan con familia, en pareja, o en una residencia o centro de mayores, pueden sentir más soledad que aquellas que eligen la opción personal de no compartir su vivienda con nadie por voluntad propia.

¿Quién, aun viviendo en familia, o disfrutando de buenos y leales amigos, no siente difíciles momentos de soledad? ¿Y quién, ante circunstancias adversas en su vida, como separación o divorcio de parejas, despidos laborales, fracasos profesionales, muerte de un hijo o de su pareja, o al surgir una enfermedad grave, no añora el apoyo emocional y la seguridad que proporcionan las pocas, pero auténticas, amistades? Concretamente, un estudio de la Universidad Estatal de San Francisco, California, concluye la importancia fundamental del apoyo familiar y de los amigos al comienzo de la viudedad, factor clave para afrontar la pérdida, adaptarse a ella, y encontrar alternativas. Los médicos sabemos muy bien que la soledad ni es buena para la salud mental ni para la física, porque trae asociados graves trastornos de angustia, ansiedad, tristeza, temor, inactividad, estrés, la temida depresión o la pérdida de autoestima, todas ellas con consecuencias fatales para la salud. Y los oncólogos saben que los pacientes con cáncer con escaso o nulo apoyo de familiares y amigos tienen más complicaciones y una mortalidad mayor que aquellos con una vida social y familiar activa y afectiva.

Lamentablemente, cada vez es mayor el número de personas que viven solas, sobre todo ancianos cuando fallece su pareja y no disponen de hijos o sobrinos que les acompañen, y de hecho en el mundo occidental abundan y van a más las personas mayores de 75 años que viven solas, y en este sentido resulta muy interesante un estudio de la Universidad de Chicago, que tras la realización de resonancias magnéticas y otras exploraciones funcionales en personas que viven solas, concluye que se ocasiona una mayor afectación de funciones ejecutivas del cerebro como pérdida de memoria y trastornos del sueño que en las que disfrutan del apoyo y compañía de familiares y amigos íntimos. La percepción de la soledad también depende de aspectos sociales y culturales, y así resulta de interés un estudio comparativo que analiza la situación de las personas que viven solas en Europa, de tal manera que las del Sur manifiestan percibir índices de soledad muy superiores a las de los países nórdicos, y así un 24% de los mayores en España expresan soledad, mientras en Suecia el porcentaje baja a un 10%. El modelo de hogar, la educación recibida y las ayudas sociosanitarias que reciben son diferentes en Suecia y España.

Con la edad y los problemas de salud, las personas mayores que viven solas no pueden continuar con una vida autónoma y se vuelven dependientes, con lo que disminuyen las visitas o encuentros con familiares y amigos, resintiéndose las actividades de ocio, incidiendo negativamente en su salud, descuidando su aspecto e higiene, que a su vez produce un rechazo social que agrava la situación, y si alguien no actúa el deterioro se vuelve irreversible, toda una tragedia que hoy por hoy las administraciones y organizaciones no gubernamentales no son capaces de paliar ni de resolver, con el agravante, además, de que la repercusión de la soledad en los colectivos de personas con discapacidad es negativamente muy superior al resto de los ciudadanos.

La sociedad actual tiene la obligación de ayudar a la gente solitaria, a esos viejitos y viejitas que viven solos, y no basta con decirles "salgan a la calle, no se queden en casa, busquen compañía, hagan amigos", no. Nos tenemos que involucrar todos, administraciones y sociedad, voluntarios, creando entre todos redes de apoyo. Todo lo demás es pura hipocresía.

*Senador del PSOE por Tenerife

Vicepresidente de la Comisión de Sanidad y Servicios Sociales del Senado

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