Esto le acaba de decir Jordi Évole a Natalia Marcos, de El País: "La opinión, sobre todo la mía, está sobrevalorada". La opinión, incluidas todas, la de Évole y la de cualquier periodista, vale lo mismo que la opinión de cualquier lector. Lo que vale, en el caso de los periodistas, y Évole es un excelente periodista, es la información que obtengamos, las preguntas que hagamos, los reportajes que escribamos o emitamos, las crónicas que resulten de nuestras pesquisas, etcétera. Nuestro trabajo es la información, no la opinión, aunque algunos (o muchos, demasiados), como este mismo cronista, usemos también la opinión como una de las herramientas para expresarnos en este oficio.

La opinión, qué duda cabe, es interesante; pero no puede ser un arma arrojadiza ni es más que cualquier otra opinión, al menos como se hace la opinión en España, tanto en los periódicos de papel como en los digitales, en la radio o en las televisiones. Nos hemos sobrecargado de opinión, y hemos llegado a la temible confusión de ahora, cuando los que están aprendiendo periodismo han terminado creyendo que el oficio al que llegan es de opinadores y no de informadores. Muchos querrían ser editorialistas, con firma, eso sí, en lugar de ser reporteros o gacetilleros o entrevistadores o informadores de esta o de aquella sección estrictamente periodística en el viejo sentido de los sabuesos que iban a la calle (como en las películas) a ver qué niño mordía a un perro.

En este momento estoy en Nueva York, que es la cuna de un gran periodismo contemporáneo; los periódicos norteamericanos, desde el New York Times al Washington Post y hasta los más serios de las distintas capitales de los diferentes estados, tienen opinión, claro está, y algunos de los autores de esas columnas son periodistas muy valorados. Al contrario de lo que sucede entre nosotros, esos columnistas basan sus artículos en opiniones propias, que obtienen como se obtiene desde siempre la información en los periódicos: con sus propias fuentes, a las que acuden con la humildad del gacetillero, con su libretita, preguntando. Entre nosotros es común que comentemos algo que ha investigado otro, sobre todo en el ámbito del periodismo político. Ocurre en prensa, en radio y en el medio por el que transita Évole, la televisión. Y en este medio, cada vez más, y de manera más peligrosa cada día.

Así que es motivo de alegría leer y escuchar a Évole diciendo esto, pues por su buen trabajo como entrevistador (y como reportero, y como follonero en el programa de Andreu Buenafuente, en los orígenes de su fama) es ahora un periodista muy notorio cuyas sentencias sobre el oficio pueden ayudar a los jóvenes a tener una mejor idea de esta aventura que consiste en decirle a la gente lo que le pasa a la gente. La más célebre intervención periodística de Évole es cuanto interrogó caminando al político valenciano Juan Cotino: sólo le hizo preguntas (a las que Cotino, impávido, no respondió).

Lo cierto es que Évole dice eso, imagino (¡u opino!) porque ahora le preguntan de todo, y de todo se hace luego titular exagerado o parcial: le preguntan, por ejemplo, su opinión sobre Cataluña, que es un asunto lleno de cristales rotos, del que es muy difícil opinar en la propia Cataluña y fuera de ella, pues en cuanto dices la primera palabra ya alguien distorsiona lo que dices. Le preguntan por el Barça, por la tele, por sus compañeros, por esto y por aquello, como si él fuera Miguel de Unamuno, que no tenía empacho en hablar contra esto y aquello. Y es, tan solo, y cuánto es eso, un excelente periodista.

Una última reflexión acerca de la opinión y el periodismo, y la vida cotidiana del ciudadano de hoy: es muy común que opinemos de todo, en las barras de los bares (y, ay, en las teles, en las radios y en los periódicos), y eso no está mal, pues para eso está la conversación. Pero lo que habría que exigir al que habla y cobra por ello, es decir, al que opina en público y se comporta como tertuliano de barra, es que vaya a esos estrados con información propia, habiendo preparado antes el tema del que se va a hablar. No sólo mejoraría la conversación nacional sino que se estimularía la fe en el periodismo. Así que bienvenida esa declaración de Évole, y que tomen nota todos sus colegas (incluido este cronista, por cierto).