El ciudadano, cuya invocación es constante por tertulianos, opinadores y políticos, que dicen una y otra vez que todo lo que hacen es por y para ellos.

Tal vez hayan sido Rousseau o Habermas los que pusieron en pie el concepto de ciudadano. El primero al defender la igualdad de los hombres y el otro diciendo que la opinión pública no nace de la nada y que se ha creado a través de las carretas que durante la historia han sido empujadas por las distintas culturas.

Los ciudadanos vivían en las urbes romanas, junto a los patricios, o en los burgos medievales, al lado de los burgueses. Ciudadanos también pudieran ser todos aquellos que se dejaron el pellejo mientras peleaban por la búsqueda de sus derechos, que se fueron distanciando por el imperativo de unos deberes atosigantes.

Pero hoy todos somos ciudadanos, a los que se nos maltrata, tanto los que viven en la ciudad como los que habitan en el campo. Y así lo comprendieron aquellos revolucionarios burgueses y posteriormente los revolucionarios proletarios.

Y cuando por cualquier lado se oye que todos somos ciudadanos, se siente como un agradable regusto. A la vez parece que hemos subidos un peldaño en la escala social y que, verdaderamente, todos somos iguales. Porque la confidencialidad es universal y el apoyo, igual. El ciudadano se ha convertido en el maltratado protagonista de los discursos romos y huecos de los que se visten con los ropajes de palabrería facilona y argumentos imbuidos de ridículos sofismas.

Pero, visto lo visto, la realidad nos empuja a sospechar que aquel termino de ciudadano, al que se le dio raigambre de libertad y de caminar cogidos de la mano, para romper el muro de la ignorancia y de la sumisión, paradójicamente se ha traducido en el tiempo, a pesar de su constante invocación, en el de súbdito.

Existe, sin emular a La Botie, una servidumbre voluntaria que algunas veces, y es lo peor, casi intelectualizada por los que teniendo capacidad de romper moldes y establecer la denuncia como argumento cotidiano e inacabable, se sienten mejor doblando la cerviz ante el poder o riéndole las gracias a aquellos que la tiene en ciertas partes como las abejas.

Ciudadanos del mundo, se pregona desde el territorio de la alta política, diciendo que forman parte de sus desvelos y malas noches. Pero no se percatan que desde otro escenario, desde el maltratado ciudadano, la respuesta que obtienen es la de la incredibilidad, y no se han enterado de qué va esta guerra.

Y cuando existe la disociación entre el poder y los que desean que administren correctamente sus derechos, y solo se les ocurre apretarlos para exigirles su deberes, la batalla la tienen perdida por parte de los que se creen imprescindibles e incólumes.