Mis amigos de la infancia de Jaén me envían continuamente correos interesantes con los que me entero de las cosas que ocurren por aquellos lares. En el diario local salió recientemente un artículo sobre una conferencia que impartió el Magistrado Juez de Menores de Granada, Emilio Calatayud, conocido por sus razonables y ejemplares sentencias, algunas de las cuales obligan a hacer trabajos comunitarios a los que delinquen. Este juez habla continuamente de la importancia de la familia, piedra angular de la sociedad, que se está desmoronando a pasos agigantados. Por su juzgado pasan diariamente menores con infinidad de problemas, algunos que pegan y maltratan a sus progenitores, y dado que no tiene pelos en la lengua, pone el dedo en la llaga, y afirma rotundamente que casi siempre son los propios padres los culpables de la situación. La frase "la educación empieza en casa" se repite cuando padres, tutores o maestros han dado vía libre a la falta de respeto, estimando que la libertad de expresión les permite ser más independientes y mejores personas, craso error, pues han conseguido todo lo contrario. Hay que distinguir que un padre, o quien ejerza de ello, no es un coleguilla ni un amigo, tampoco es severidad, debe ser una persona justa y tiene que demostrarlo con cariño, presencia y actuaciones. La falta de esa figura es la que lleva a esas sentencias del juez, y sus compañeros de profesión deberían tomar ejemplo y hacer consenso para ver la mejor manera arreglar este difícil problema.

Casualmente, se está celebrando en el Vaticano el Sínodo sobre el mismo tema, la familia, a la que también van ligadas otras problemáticas: aborto, divorcio, eutanasia, parejas monoparentales u homosexuales..., un sinfín de obstáculos que la sociedad actual tiene que resolver y que no son fáciles. Dentro de unas fechas saldrán las conclusiones, que marcarán las pautas a seguir en el futuro por los creyentes.

La familia ha cambiado, nada tiene que ver con la de la clase media que imperaba en España a mitad del siglo pasado. Cuando me tocó ejercer de patriarca comprobé las enormes dificultades que tuvieron mis padres para alimentar, vestir y educar una prole de nueve hijos, y lograr, con una sola mirada, que todos saliéramos derechitos como una vela. Me di cuenta que ser severo no quiere decir que no eres cariñoso, y que tutear a tus padres no es faltarles al respeto, pero eso sí, sin sobrepasarse, pues jamás se me hubiese ocurrido llamarlos colega o amigo. Eran padre, papá, madre, mamá, así de escueto.

Mi mujer y yo tuvimos nuestros hijos bastante jóvenes. El último nació cuando Paquita tenía treinta y dos años, algo impensable ahora, edad en que la mujer actual empieza solo a plantearse la posibilidad de pasar por la maternidad. Evidentemente, muy pocos piensan en tener ahora una familia tan grande, pero que no me cuenten milongas de que las cosas y las situaciones son diferentes, o que era otro época. La realidad es que no había ni facilidades, ni tecnología, ni bienestar... En el siglo XXI se ha impuesto la comodidad, y el matrimonio y los hijos conllevan sacrificio y entrega.

Precisamente la semana pasada tuvimos celebración familiar, hacemos cuatro al año para poder agrupar las onomásticas por estaciones. La primera es en marzo coincidiendo con el Día del Padre, los Pepes, mi cumpleaños y el del pequeño. La segunda en mayo, el Día de la Madre, el cumpleaños de mi mujer y mi hija la mayor. Después en julio cumplen tres, el segundo, la tercera y mi nuera. Y por último en octubre, San Francisco de Asís, y el cumpleaños del cuarto y la quinta. Éstas, aparte de la Navidad, son las celebraciones más importantes en nuestro hogar. Una mesa de alimentos para picar, algo de beber, tarta y algún regalo para los cumpleañeros. Es tan simple como disfrutar en armonía y con alegría de la familia, unidos por la conversación entorno a la degustación de algo tan anodino como una buena tortilla española, mi manjar favorito. Con ello quiero decir que no hacen falta excesos, ni ostentación, que nos adaptamos a las circunstancias, y que lo importante es que la familia permanece unida tras los sacrificios, cariñosamente unida y siempre manteniendo el respeto.

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