La fuerza del mar hace estragos en las rocas, las erosiona y las transforma. Pero si uno se tira al agua de cabeza, generalmente no le pasa nada. En cambio, si te tiras de cabeza encima de una roca no te arriendo la ganancia.

Pepa Bueno, en la Cadena Ser, se tiró ayer encima de Mariano Rajoy que es como lanzarse encima de un tonique gallego. El presidente del Gobierno está de semana de entrevistas y ha salido del ectoplasma de la Moncloa para ponerse a la faena de la precampaña electoral del 20 de diciembre. Y lo ha hecho con el salero y la gracia que le caracteriza.

Rajoy es como un cuadro del Greco. Como si se hubiese salido del lienzo una de las figuras del entierro del conde de Orgaz. Un tipo seco, enjuto, recio y con cara de pocos amigos. De esos que en su época mandaba España a Flandes para que media Europa se acordara de la madre que nos trajo. Ayer intentaron que dijera algo sobre cualquier cosa. Pepa Bueno -que no hace honor a su apellido- le cayó encima como un tsunami de olas gigantescas que rebotaron inútilmente contra la inexpugnable socarronería del de Santiago de Compostela, que será Aries (nació en marzo) pero parece más frío que un pez.

El gran asunto de Cataluña se reduce a un asunto de cumplir la ley. ¿Y si los catalanes no la cumplen? Ah, pues ya veremos. ¿Veremos qué? Pues en función de lo que incumplan los catalanes... Y así te puedes pegar diecinueve días y quinientas noches que no vas a sacar al caracol de la concha o viceversa. Porque Rajoy ha comprendido que el PP no va a ganar las elecciones con una recuperación económica que no termina de llegar, sino con un miedo que no acaba de marcharse. Artur Mas va a ser presidente gracias a Rajoy y tal vez Rajoy sea presidente gracias a Artur Mas, aunque ambas cosas sean lo último que los dos se desearían mutuamente.

Lo que todos los medios están buscando es un titular que diga que las cadenas de los tanques del Ejército español pueden terminar rodando por las ramblas de Cataluña. Y eso al presidente no se lo van a sacar de la boca ni con un sacacorchos, aunque sea lo que todo el mundo está temiendo. Como en las buenas películas de Hitchcock, el mayor miedo no está en lo que se ve sino en lo que se imagina.

Rajoy no termina de decir, pero lo que deja a medias, lo que sugiere, es que la unidad de España es innegociable. Y que allá tú, forastero, pero yo de ti no pasaría tus vacas por mi rancho.

Lo más importante de una obra de teatro es el desenlace. Ahí se puede arreglar casi cualquier desaguisado. Y allá va, entonces, el caballero de la triste figura cesante, con la adarga en ristre y la cabeza de Mas en la punta. A ver si suena la flauta al final del partido.