El proceso de independencia como el iniciado por cierta parte del nacionalismo catalán tendrá una conclusión tarde o temprano. Y cuando al nacionalismo catalán, que cuenta con más de un millón de apoyos que respaldan el proceso, se le anteponen trabas y cortafuegos judiciales más que políticas, será pan para hoy y hambre para mañana, porque lo han dicho bien claro: ante unas leyes españolas tendremos las nuestras: las catalanas.

Esta situación hay que pensar que es irreversible, porque los que se pronuncian por la independencia no están en contradicción con los fundamentos ideológicos del nacionalismo, puesto que el nacionalismos es una ideología política que tiene como fin último la construcción nacional de un territorio y dotarlo del ropaje institucional de un estado.

Desde luego, sí hay que pensar que el tiempo político no es propiciatorio para desarrollar un programa independentista, por tener un poder central encontrado y la mitad del pueblo catalán situado en la otra orilla. Y andar por ese camino sería entrar no solo en una callejón infernal, sino en crear una situación que compromete la convivencia que dejará un grave lastre en la sociedad catalana.

Pero sí habría que reprocharle al nacionalismo catalán que no es el momento de poner fecha de conclusión al proceso, porque aparentemente pudiera ser fácil, pero resulta arduo y complicado rematarlo a gusto de todos.

Y lo que se dice con cierta insistencia -que es el diálogo lo que hay que propiciar como búsqueda de la solución- es un error de bulto. Con el diálogo, que es una conversación a dos bandas, no sé soluciona nada. Habría que recordar el grave problema de Irlanda del Norte con el IRA, cuestión que no es totalmente comparable, pero sí sirve como ejemplo de intervención para abordar lo que parece irresoluble. Y en ese aspecto se implicaron las instituciones políticas, judiciales, militares, universitarias, sindicales , la sociedad civil; y entre todos, a lo largo de años se logró un acuerdo satisfactorio, que era la paz.

Y en Cataluña se llegará a un acuerdo, pero si se hace, cosa que no aceptará la mitad de los catalanes, mediante una reforma constitucional que dote a Cataluña de un estatus especial dándole rango de confederación, entraremos en otra situación más diabólica aún, donde las protestas lloverán por todos lados.

No es fácil la solución, pero a veces la voluntad popular está por encima de las leyes; lo que sucede es que en estos momentos esta voluntad está dividida en dos, con lo cual la cuestión catalana no es de ahora: lleva años de historia y reivindicaciones rodeando a la política del Estado y no hay quien la pare. Si no es ahora, que no va a ser, será mas tarde.