Igual no es legal, pero yo me quiero independizar de los catalanes. Y que caiga sobre mí la furia del Constitucional. Es cierto que el recibo de la luz de los españoles es un robo a kilovatio armado, pero lo de que Cataluña se quiere "desenchufar" empieza a ser un verdadero coñazo interminable. ¿Pero qué es España? ¿Un enchufe? ¿Cómo es que se van a desconectar? Será que se van. Que se mandan a mudar. Que se independizan. Lo que sea menos esa cosa tan cursi de "desconectar", que lo que parece es que se llevan la máquina de Nespresso de la oficina.

Cuando Canarias se independizó de sí misma, en el 1927, lo que hicimos fue partirnos en dos. Que no hay nada más español y canario que la división. Pero los de Las Palmas no dijeron eso tan cursi de que se querían "desconectar" de los chicharreros. Se hicieron dos provincias, como en los sorteos de campo de los partidos de fútbol, y cada uno a su terreno para intentar jeringar todo lo posible al de enfrente. Los catalanes, en cambio, se quieren llevar todo el campo incluyendo a los jugadores del equipo contrario que son algo más de la mitad.

Rajoy en todo este tiempo reciente sólo ha dormido el balón. Es un pesado importante. Es el caracol de la política española y el plusmarquista mundial del sosiego con retranca. Pero lo de Cataluña sigue ahí, intacto, para después del domingo de ramos de pasado mañana. En enero se acaba el plazo para que Cataluña elija Gobierno o sean convocadas nuevas elecciones. Y pase una cosa o la otra -que uno ya no sabe lo que es peor- será una contribución inestimable a la inestabilidad institucional y la crisis del Estado asimétrico y crepuscular en que nos hemos convertido.

Menos mal que la naturaleza es sabia. Hay una prueba evidente de que Cataluña es España. Y está más allá de cualquier debate. La evidencia de que los catalanes son españoles de pura cepa es que los independentistas ya andan a la greña entre ellos y ni siquiera son capaces de elegir un gobierno. Como ya dije, no hay nada más carpetovetónico que la división y el enfrentamiento intestinal.

Entre los atentados de París y las elecciones navideñas la actualidad ha ido tapando informativamente las vergüenzas de los independentistas catalanes, que justo en mitad de un motín para tomar el control del barco tienen un segundo motín entre ellos mismos porque siguen sin ponerse de acuerdo en quién poner de capitán. Es un motín chapuza. Pero el propósito de desconectarse sigue indemne. Y el Congreso convertido en un zoco vocinglero de viejos y nuevos poderes divididos y un gobierno en precario, tal vez sea el mejor escenario para ese proyecto. Sobre todo si los votos de las minorías radicales son fundamentales para formar un pacto. Y como dice la inexorable Ley de Murphy, si algo puede salir mal, saldrá mal. Yo ya voy pensando en desconectar. Y de Endesa, si puedo, también.