Fueron, en su día, pronunciadas con autoridad por los que creían que el progreso debería ser universal, sobre todo, de las ideas, y por aquellos que sentían bullir en su imaginación la tibia luz que les acercaba a la utopía distante.

Y fueron escritas en los libros de una época confusa y escurridiza, muy parecida a la que vivimos hoy. Libros que no eran vistos en los escaparates y en los expositores de las librerías.

Las pantallas de la televisión en blanco y negro eran incapaces, por la profundidad de sus conceptos, de atraparlas en la incoherencia y memez de sus mensajes. Aquellas viejas palabras eran demasiado para poder ser manejadas por personajillos de sainete o bufones de zarzuela.

Y en los ateneos, en las plazas, en las universidades, en diversos grupos humanos, fueron en aquellos años el soporte más digno de la idea que se estaba fraguando y que se agrandaba en el fondo de una y mil conciencias. Se habían dejado atrás viejos discursos elaborados con frases manidas y con un cierto tufillo estólido. Aquellas viejas palabras estaban capacitadas para empujar hacia el cuarto de los trastos inservibles a los panfletos, miles, que se escribían y no decían nada.

Aquellas viejas palabras estaban a flor de labios de la gente entusiasta, que aún creían en el hombre. Gente rompedora de vulgaridades y que fueron osados al pensar horizontes solidarios y universales entre los pueblos de la tierra se han secado hoy en las amargas bocas de muchos que viven atragantados entre sus negaciones e incoherencias.

Aquellas viejas palabras son las grandes ausentes para que los que mangonean la política construyan sus vacíos y grandilocuentes discursos con palabras que no tienen nada que ver con las de entonces, hoy huecas, sin sentido, que no dicen nada.

Aquellas viejas palabras han dejado el sitio, no por ellas, sino por la dinámica de una equivocada historia al ruido, al sofisma, al silencio.

En unos momentos de confusión política donde se propician pactos de gobernabilidad, donde aparecen de forma atenuada, casi silente, las autocríticas de los desastres electorales, se echan en falta palabras fuertes que traduzcan con adecuado tino intelectual la realidad política, desde los grandes popes de los partidos centralistas, que, tras cortina, negocian lo que les viene bien a sus intereses personales, hasta los nacionalistas, que debemos sacudirnos de encima viejos clichés que hacen que no se camine, quedándonos con la amarga sensación de que estamos en el lugar de siempre: alejados de la realidad, que viene a traducirse en una lejanía de nosotros mismos como proyecto político, más que necesario, para la consolidación de la conciencia nacional canaria, que no debe continuar en la sala de espera de "a ver qué pasa a nuestro alrededor". Un paso al frente es hoy más necesario que nunca.