Empiezo este nuevo año retomando con vigor la defensa del empresario en general, pues siendo un tema del que creo entender algo, nadie debe ofenderse por querer destacar la figura de los que a mi juicio son el motor de la economía de este país y cuyo trabajo es imprescindible para buen desenvolvimiento de la misma. Dejé unos meses aparcados mis comentarios sobre este sector, cuando un día me abordó un sindicalista retirado que, con cara de perro, me acusó de estar equivocado, afirmando además que el trabajo más remunerativo y seguro era el que creaba el Estado. Sentado en una cafetería del centro de Santa Cruz, mi carcajada se escuchó hasta en Garachico, y el hombre salió por patas ante mi reacción.

Recupero ahora la historia de este grupo de hombres leales y trabajadores, con mi buen amigo Paco Gómez, al que conozco hace muchos años y con el que compartí la defensa a ultranza del derecho histórico que teníamos los canarios a seguir teniendo los Puertos Francos por nuestra singularidad. Aquella liberalización comercial se la saltó a la torera el señor Felipe González, cuando nos metió por la puerta de atrás y en el mismo paquete que al resto, en la entrada al Mercado Común Europeo, utilizando la opción dos, que beneficiaba la agricultura y la industria local, pero dejaba el comercio por los suelos. Pasado el tiempo, la agricultura canaria está bajo mínimos en el PIB, y los productos que eran líderes, como el tomate o el plátano, subsisten a base de subvenciones y con escasez de mano de obra. El propio Paco me lo dice y coincido con su apreciación, hay que restaurar el sector y desviarlo a otros mercados más proclives como la jardinería o embellecimiento de la tierra, ya que el consumo y abastecimiento local es mínimo. No se cansen en defender lo indefendible, porque no se puede competir con los cien kilómetros de campos cultivados de lechugas, acelgas y otras verduras, en regiones como Aragón. El mercado ha cambiado y la distribución frente a esas producciones es imposible.

Paco es un tipo excepcional, luchador y hecho a sí mismo. Comenzó con doce años cargando bloques, y cuando consiguió el carnet, conductor y repartidor. Trabajó también en una empresa de importación, y cuando pudo, se lanzó al vacío y creó la suya propia, PIDA, S.A., creciendo cada día, y rebasando los techos habidos y por haber en el mercado de la carne. Sigue en la brecha sorteando la crisis y participando en otros sectores, constituyéndose en paradigma de seriedad, honradez, creador de puestos de trabajo y convirtiéndose en un referente en la economía del archipiélago.

Los que crean que su existencia ha sido un jardín de rosas se equivocan, pues ha sufrido las mil quinientas, tanto en su vida laboral como en la privada, y hubo momentos de pensar en tirar la toalla cuando en lo más duro del camino llega la pérdida de una criaturita de cinco años, una de las cosas más duras que le puede pasar a un hombre. Esto nunca se olvida, pero se afronta la adversidad como uno puede, y se sigue luchando por el bien del resto.

Es una persona franca, abierta, que siempre da su sincera opinión. Es un hombre bueno, generoso, de sonrisa natural, afable y cariñosa, que ante todo conoce el terreno que pisa. En una ocasión, hace muchos años, en una cena con otros comerciantes, en la que celebrábamos el éxito de la primera feria de alimentación en Tenerife, fue tanto y tan bien lo que habló de mí, que me subió los colores. Me hizo llorar a lágrima viva, porque entre otras cosas dijo que soy un romántico con una vida plena de actividades y conocimientos, y si él lo dice, es que es verdad.

El afecto es mutuo y me disculpo por el pequeño distanciamiento de estos últimos años, pero él está en las alturas en una lucha sin cuartel y no se puede mirar atrás, mientras yo ando en otro escalón, aunque con plenitud cultural, algo que por lo visto otros envidian. La vida continúa y le deseo lo mejor porque es un auténtico vendaval. Cuando otros disfrutan de la vida, él disfruta creando, es su sino.

Feliz año para todos.

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