Ángel Turrillo es un taxista de Barcelona que frecuentaba hace algunos años la parada que tiene el hospital Sant Joan de Déu, centro de referencia de enfermedades raras de esa ciudad. Un día de julio de 2013 recogió allí a un matrimonio con un niño pequeño. A otro hijo lo dejaban ingresado con una dolencia grave. En aquel trayecto hasta el domicilio familiar, el taxista recuerda que hablaron de la crisis, que escuchó aquello de "¡vaya momento que estamos pasando!". Y cuando lo describe dice: "Tú vas tragando y oyendo a esta familia que te cuenta su problema". Y cuando llega el final de la carrera, que el taxímetro marcaba siete u ocho euros el servicio, la mujer no encuentra el dinero para pagar. Ángel: "Mire señora, no se preocupe, que hoy no se paga".

Al día siguiente, el taxista se fue derecho al hospital sin saber si existía o no un departamento de voluntarios. Existía. Y lo recibieron como agua de mayo. Allí le comentan que antes de los recortes, los desplazamientos los cubrían las ambulancias; después, esos gastos hay que pagarlos. Escucho con interés en "A vivir que son dos días" de la Cadena Ser cómo empezó esta historia. El taxista comenzó a hacer un par de servicios al día, uno por la mañana y otro por la tarde: recoger en casa, llevar al hospital, y otra vez de vuelta. Gratis. Para familias con apreturas económicas incapaces de afrontar el coste de los traslados de los pacientes. En los días posteriores, compañeros y compañeras de Ángel se apuntan a su iniciativa. Se les ocurrió, además, hacerse unas pegatinas que colocaron en las puertas de sus taxis para que les identificaran bien. Y más taxistas se interesaron y preguntaron. Hoy son cuarenta y cinco prestando este servicio.

Lo que empezó de forma espontánea y anónima, ya es un movimiento conectado con nombre y apellidos, una red de taxistas solidarios, un proyecto de voluntariado en firme llamado "¿Dónde te acompaño?". En la web de este hospital explican que el equipo de trabajo social es el responsable de valorar y coordinar a las familias con menores enfermos que necesitan apoyo para acudir a las visitas o a los tratamientos. Ponen a estos taxistas por las nubes. El extraordinario beneficio que proporcionan le está dando al centro un valor añadido, lo está "humanizando", y afirman que los resultados están siendo "fabulosos".

Por lo que pude escuchar en el reportaje de la radio, los resultados son buenos para una y otra parte: "Tuvimos un niño -cuenta un taxista- que era subir al coche y comenzar a cantar. Te buscaba el dial y venga bachata. Ese te alegraba el día totalmente". En la revista Muy Interesante leí no hace mucho que "ayudar a los demás sin esperar recibir nada a cambio aporta muchos más beneficios de los que creemos". En la noticia se hacía referencia a la Fundación para la Salud Mental de Reino Unido, que afirma que "ser voluntarioso con el bien ajeno es bueno para nuestra salud mental y para nuestro bienestar general".

De todas las muestras de solidaridad que van aflorando y que van tratando de equilibrar los espantos, las que más me impresionan, las que más me emocionan, son las que arrancaron de pronto, de forma improvisada, como cosa natural. Las que alguien, algún día, por su propia cuenta puso en marcha. Las que luego fueron sumando voluntades contagiadas. Las que poco a poco se fueron organizando desde la discreción. Las constantes, las que van más allá de un suspiro y perduran. Esas solidaridades de los pequeños gestos que suponen echar una mano y que son en realidad grandes favores cotidianos.

@rociocelisr

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