El odio no es un sentimiento que se avenga fácil a ser reconocido. Incluso podía ser un mal menor mientras se mantenga sublimado, si está en la calle y esfera política. El odio que se dirige al PP es el que se quita a inmigrantes, negros y gitanos (que se volvería de plano contra ellos en menos que canta un gallo). Con el de los judíos no se puede, está en el ADN.

Lo más saludable es que nunca hasta ahora se había hablado del odio como esencia con sustantividad. Sigue implícito, latente, poderoso y sublimado, pero por fin ha logrado el rango de categoría. Ya es un concepto político imprescindible. Sin él no hay explicación racional suficiente.

Los españoles generalmente no aplican su odio al exterior, salvo a EE.UU.; a fin de cuentas están embebidos por completo de su estilo de vida y su cultura. Sería como el odio al padre. Incluso han dejado de detestar al moro. El odio español tiene como objeto a otro español. España hasta cierto punto está muy unida, hay una gran convergencia, un espíritu de Reconquista para echar al PP. Constituye la gran unidad de los españoles que hermana a independentismo catalán, nacionalismo vasco, Bildu, Podemos y toda la izquierda. Es la política más primaria, la de emociones y afectos, en la que el odio es fuerza motriz y pulsión articulante. El PP es un enemigo tan excepcional, con el que ni siquiera cabe dialogar. Ni Platón ni Aristóteles, la dicotomía amigo/enemigo de Carl Schmitt tiene su más paradigmática verificación en España.

Lo pulsional queda soterrado bajo el manto de esa alianza de los buenos españoles que persiguen el desmantelamiento de las reformas del PP, la restauración del Estado feliz que había antes, que nada sea nuevo y diferente y todo antiguo y ya conocido. El mundo puede transformarse por entero e ir por donde quiera, que eso en nada afecta. En todo caso, que cambie el mundo. A esto llaman progreso.

Esta cultura española tiene antecedentes lejanos y cercanos, como el Pacto del Tinell, que operó como cordón sanitario contra el PP. Al que se le acusaba de estar solo, ¡con millones de votos! Fue soberbia de políticos y periodistas. Conspicuos socialistas vascos como Corcuera o Redondo Terreros hacen pedagogía (fue un valor político de izquierda) señalando que la derecha española era una derecha igual de legítima que las europeas. La izquierda dentro de unos años será revisada a fondo históricamente, y por fin cabrá comparar.