De haber nacido y vivido en otra época, tal vez por mi afición a la poesía estaría como un cómico de la legua pateándome los caminos de pueblo en pueblo, ofreciendo a cambio de casi nada representaciones públicas de diversa temática. Adecuadas a las exigencias de los espectadores, estas podían ser épicas, narrando los avatares más sonados de algunas batallas que fueran las de mayor predicamento. Para los más delicados y románticos, las peticiones versaban en las vicisitudes amorosas entre amantes incomprendidos o amores traicionados, aunque estos últimos eran caldo de cultivo para las sátiras burlescas, donde la cornamenta era el meollo del argumento y tenían gran notoriedad por cuanto el burlado solía ser un personaje de cierta relevancia social, y el burlador un humilde pero apuesto campesino. Visto desde esta óptica, podríamos decir que esta era la forma menos lesiva de revanchismo del pueblo llano y analfabeto, carente por completo de recursos de formación intelectual; aunque en otras ocasiones los cómicos protagonistas solían ser más infortunados, teniendo que abandonar la escena perseguidos por una horda enfurecida de espectadores, que empuñando palos o piedras ponían en riesgo su integridad física, hasta dejarlos lisiados si conseguían atraparlos con algún ave o animal de corral ajeno. Porque mientras unos recreaban sus historias, algún otro, de estómago raído y más diestro, aligeraba la despensa o el cuarto de los productos de la matanza.

Menos activos por sus limitaciones físicas, pero igual de pícaros en cuanto a sus intenciones, figuraban también los ciegos declarados o los tullidos que fingían serlo, que transitaban de igual modo por la geografía de los pueblos, recreando sus romances con la voz y la imagen de unos toscos dibujos en los llamados pliegos de cordel, que eran hojas colgadas en un simple tendedero en donde se mostraban las viñetas de una historia cualquiera, ajustada a los gustos del público oyente, preferencias que tuvieron su inevitable ocaso con la llegada de la prensa escrita y la paulatina erradicación del analfabetismo. De este modo surgieron los periódicos y sus novelas por entregas, que mezclaban con las noticias para fidelizar a los lectores, hasta llegar a la continuidad actual, donde las historias o sucesos de siempre, que se repiten de forma invariable al ritmo de los tiempos, se transmiten con medios mucho más sofisticados que los de aquellos juglares de antaño. Porque si nos detenemos en esta figura, los poetas actuales ya no se ponen en cuclillas a escribir con un punzón sobre una tablilla de cera, o a utilizar una pluma de ave mojada en tinta presuntamente indeleble para garrapatear en un pliego. Los poetas de hoy escriben con bolígrafo en un cuadernillo o, mejor aún, vuelcan sus versos sin tachaduras frente a la pantalla de un ordenador, una tablet o un móvil auxiliados con el teclado, que es la secuela de la viejas máquinas de escribir que revolucionaron las redacciones de los medios de expresión escritos.

Los poetas, en suma, seguimos teniendo en ocasiones esa capacidad de soñar despiertos, para idealizar situaciones cotidianas que pasan desapercibidas para la gran mayoría; porque la poesía puede inspirarse de cualquier ser vivo u objeto inanimado, y el sentimiento que en ese instante aflora incontenido puede llegar a hacer vibrar a toda una generación. Como el compuesto por el poeta Gabriel Celaya, un ingeniero que prefirió no serlo y murió en plena miseria con su legado de versos: "La poesía es un arma cargada de futuro expansivo con que te apunto al pecho". Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras. Dejémoslas volar como lo he hecho yo, después de un largo letargo que por fin se ha materializado y verán la luz esta noche a las 19.30 horas en el Cabildo Insular. Bautizadas con el nombre de TESELAS, son los pliegos de cordel de mis otras historias diferentes, que siguen siendo iguales porque los sentimientos inherentes al ser humano se seguirán sucediendo en el tiempo y los poetas, quiérase o no, continuaremos pateando los caminos de la lírica como cómicos de la legua o ciegos visionarios capaces de ver lo que otros ignoran.

Disculpen que esta vez me haya incluido en este comentario, pero es que ya me tocaba.

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