A los comerciantes les cascan impuestos a base de bien. Y a los vecinos por sus comunidades y garajes. La pregunta es qué opción le queda a la gente cuándo sus puertas, sus garajes, sus escaparates y sus cristaleras son pintadas por los vándalos que enguarran la ciudad por las noches con plena impunidad. No hay más que pasarse por la Rambla de Pulido, convertida por las noches en una zona oscura y tenebrosa, para observar la huella de los grafiteros. ¿Qué les queda a los vecinos que están hartos de limpiar inútilmente? ¿Organizar patrullas de vigilancia ciudadana ya que nadie les ampara? Claro que no. No pueden. Sólo pueden callarse, echar la mano en el bolsillo y pagar la limpieza y los destrozos de los gamberros. Ajo y agua.