Hay dos maneras de negociar un pacto político, como siempre y "con luz y taquígrafos". La primera consiste en que los equipos negociadores de los partidos se reúnen, discuten, luego hablan con sus líderes, ofrecen ruedas de prensa, luego se vuelven a reunir... y así hasta llegar a un acuerdo o fracasar. La segunda sería lo mismo pero con la presencia de los medios de comunicación que lo retransmitirían en directo o lo contarían a los ciudadanos.

Durante meses, algunos de los portavoces de la "nueva política" -entendida como una forma distinta de hacer las cosas- se llenaron la boca con frases grandilocuentes y promesas de que las negociaciones entre partidos tendrían que hacerse con las puertas y ventanas abiertas. O sea, "con luz y taquígrafos".

Al final y por lo que se ve, las conversaciones para la investidura de Pedro Sánchez con las nuevas y las viejas formaciones políticas van a desarrollarse como siempre. Como se ha hecho toda la vida. Porque lo otro, además de ser una estupidez, va en contra de los propios intereses del éxito de la propia negociación. De donde se concluye que una vez más las promesas revolucionarias eran absolutamente falsas y se quedan en pura verborrea. Porque las palabras son aire y van al aire. Y las imposibles van al mar del olvido.

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Hay dos actores políticos -PP y Podemos- que desean una repetición de las elecciones porque podrían tener, a priori, mejores resultados. Y se les nota. Mariano Rajoy se ha ensimismado en una inevitable soledad política a la que le han condenado cuatro años de aislamiento y el desgaste de los nuevos escándalos de corrupción que erosionan su partido. Y a Pablo Iglesias le pesa más la tentación de volver a las urnas que la de cogobenar con el PSOE.

El hecho es que lo que marca esta legislatura es la numerosa presencia de un "bloque soberanista" en el Congreso de los Diputados. La Cámara Baja no está dividida solamente por las ideologías, sino también por los territorios. Es un Parlamento cantonal donde las fuerzas independentistas tienen un enorme peso decisorio a la hora de definir un pacto de izquierdas.

Junts pel Sí y la CUP han iniciado los trámites en el Parlament para crear las tres leyes de «desconexión» con el Estado. Los independentistas no sólo no han bajado la intensidad de su hoja de ruta, como estrategia para allanar las negociaciones con el PSOE, sino que han acelerado el tren soberanista para ponerlo a velocidad de crucero. Y Pablo Iglesias ha sellado su alianza con ellos excluyendo cualquier acuerdo político con Ciudadanos, lo que pone a los soberanistas en valor imprescindible para un nuevo Gobierno.

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A buen entendedor, pocas palabras bastan. La única lectura coherente de todo esto es que en realidad el pacto de investidura les importa un higo pico a Podemos y sus aliados (o al menos a los segundos). Que lo que les importa es dar la apariencia de desearlo, aunque en realidad estén haciendo todo lo posible por evitarlo. ¿Para qué? Para que el electorado descargue su frustración sobre los socialistas en esas nuevas elecciones por las que en realidad están apostando los de Pablo Iglesias, mientras desgastan al PSOE en una investidura naufragada antes de salir de puerto.

Eso es lo que parece. El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha sacado una "oportuna" encuesta -justo ahora, fíjate tú qué casualidad- en la que sitúa a Podemos con unos resultados por encima del PSOE en una hipotética repetición de elecciones. Es como enseñarle al tigre de Pablo Iglesias una chuleta chorreando sangre. Con la cabellera de Izquierda Unida colgando del cinturón, a Podemos se le debe hacer la boca agua pensando en calzarse también la del centenario partido del socialismo español.

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Vivimos una anomalía. El precio del petróleo se encuentra a mínimos históricos abaratando el negocio de las grandes cadenas de transporte de viajeros (aunque tenga otros efectos perversos). Y la "primavera árabe" ha desembocado en inestabilidad y terrorismo en los grandes mercados turísticos del Mediterráneo. No es posible aislar de esas realidades las espectaculares cifras del turismo en Canarias.

Batimos los récords de visitantes año tras año y el sector estrella de nuestra economía tiene insólitas tasas de crecimiento. Aumentan la recaudación fiscal, la actividad comercial y, discretamente, las cifras de empleo. Y pese a ello, seguimos reduciendo muy lentamente el paro y la pobreza. En mitad de una excepcional burbuja de éxito turístico los males estructurales de nuestra sociedad permanecen. Cabe preguntarse qué pasará cuando estalle esta burbuja. Cuando suba el precio del petróleo. Cuando el turismo vuelva masivamente a Túnez o Egipto y se moderen nuestras cifras de visitantes. Cabe preguntarlo y desear al mismo tiempo que a uno no le contesten. Porque ya está bien de malas noticias.