... si bien hay quien las llama "las ratas del aire"; y con razón. Entrar en Wikipedia y solicitar "paloma" es como entrar en un mundo semejante al que vimos en El Mago de Oz. Para la extraordinaria enciclopedia -para mí, uno de los mejores premios que ha dado la fundación Princesa de Asturias- la paloma es uno de los animales más representados en las artes plásticas, principalmente la pintura y la escultura. Aparece como acompañante de varios dioses romanos y griegos; Picasso tuvo la idea -era ateo, pero se basó en la paloma que lanzó Noé desde el Arca para ver si había tierra cerca- de pintarla de blanco en su cuadro La Paloma de la Paz; las vemos siempre en nuestras plazas y jardines, acercándose a los niños y aceptando la comida que les dan; tras su descendimiento sobre Cristo al ser este bautizado es símbolo de la pureza, la bondad..., pero en realidad es una especie con la que hay que tener mucho cuidado por las condiciones higiénicas a las que nos expone. Bien es cierto que hay otros muchos animales con los que el ser humano convive que también generan condiciones semejantes, por lo que no parecería normal preocuparse de ello, pero no es lo mismo. Los gatos, los perros, los pájaros... hasta las tortugas, los tenemos en nuestros hogares, si bien la ciencia moderna nos ha hecho conscientes de los peligros a que estamos expuestos debido a su cercanía. Por eso los bañamos, los vacunamos, los medicamos cuando los veterinarios nos lo recomiendan, les damos una alimentación apropiada y procuramos, en la medida de lo posible, alejarlos de estercoleros, vertederos y basureros.

Con las palomas existe sine die una tolerancia que asombra a cualquier aficionado a las aves, conscientes todos ellos de que la naturaleza guía a los seres vivos a conseguir los alimentos que necesitan para subsistir. En lo que a las aves respecta, desde el colibrí al águila real, resultan interesantísimos conocer los métodos que ponen en marcha para conseguir el alimento que precisan sus crías, más que ellas mismas, sin que en ningún caso el ser humano viva pendiente de sus necesidades; ellas, como suele decirse, se buscan la vida. Incluso las palomas, más bien las campestres, saben que deben hacer lo mismo que las demás especies aviares y las vemos volar por los campos sembrados de gramíneas, en los alrededores de los graneros y silos atentas a los vertidos que se producen en la carga y descarga del grano, etc. Y si se trata de la paloma ciudadana, la que ensucia y deteriora las fachadas de nuestros edificios, la que puede provocar en el ser humano enfermedades terribles, está ya tan enraizada su presencia en nuestras plazas y parques que nos sentimos incapaces de erradicarlas; además, por que nuestros hijos juegan con ellas y podemos fotografiarlos con nuestros móviles.

Pero después de 480 palabras he llegado al quid de este comentario: todo en la vida tiene un límite, y en el caso que me ocupa me atrevo a decir que en ninguna ciudad se permite que una señora alimente a las palomas por las calles. Diariamente la podemos seguir en su recorrido mañanero y comprobar como se preocupa de que sus palomas -y sus ratas- estén bien alimentadas. Las docenas de denuncias ante el ayuntamiento y Sanidad no sirven para nada, pues según las leyes vigentes su actuación no es delictiva; se zanja con una multa, y punto. En consecuencia, tendremos que seguir soportando esa actuación perniciosa porque las leyes hay que cumplirlas, aunque sean incomprensibles e incumplan su fin.