Durante décadas, el rojerío en este país fue perseguido, apaleado y represaliado de muy diferentes maneras por el régimen franquista bendecido por los curas. Cuando llegó la democracia, algunos pensaron que las hordas ateas íbamos a salir a practicar el viejo deporte nacional de quemar monjas y violar iglesias. ¿O era al revés? Pero lo que hicimos fue beber cubatas. Y ver "Opera prima". Y ligar en las discotecas con unas luces que nos hacían brillar los dientes.

Ahora, a la progresía que ha llegado al poder en Madrid le ha entrado la jiribilla de quitar placas y nombres franquistas. Es una iniciativa cuya valentía sólo desmerece el pequeño detalle de que el franquismo lleva casi medio siglo difunto. Ahora han ampliado la ofensiva a los espectáculos de gorgoritos para niños, donde enseñan a gritar "gora eta" y a ahorcar a curas, policías y jueces.

Ahora Madrid, desde la Alcaldía de la capital de España, dice que se trata de una sátira -lo de los gorgoritos- y que hay que defender el derecho a la libertad de expresión. Lo suscribo. En este país se han aprobado leyes que limitan el derecho a expresarse. Y existen porque quienes gobiernan desean encarcelar algunas ideas. Unos y otros quieren imponer su idea moral del mundo. Llevar un escapulario o llevar rastas despierta las mismas descalificaciones, sólo que desde lados opuestos.

Igual de mal está que a los niños les enseñe a ahorcar curas que a quemar perroflautas. Ni la educación ni la cultura deben ser proselitistas. Pero lo son. Lo fue para la derecha. Y existe una izquierda radical a la izquierda de la socialdemocracia española que bebe en las mismas fuentes venenosas del sectarismo que se puede percibir en el otro lado facha de la sociedad. Una izquierda que odia a Franco o Hitler por sus asesinatos y venera la memoria de Mao o Stalin. Para jiñarse.

Si hay una obra de teatro privado donde queman curas, monjas o brujas y quiero verla, pago y voy. Es mi decisión y mi dinero. Pero si se trata actuaciones financiadas con dinero público, el repertorio debe ser un poco más cuidadoso con las mayorías y las minorías. Sustituir los reyes magos por tres individuos disfrazados de Harry Potter en un desfile gay o eliminar los camellos de la cabalgata para evitarles el estrés -los caballos de la Policía Municipal deben tomar trankimazín- son incoherencias. Si no te gustan, elimina las tradiciones católicas antes que convertirlas en un circo. La nueva política debiera ser honradez, transparencia y renuncia a los privilegios: hoy solo parece una misma estupidez que nace desde el lado contrario.

Dicho todo esto, que se haya ordenado la detención de unos artistas de medio pelo, que representan gorgoritos, por apología del terrorismo, hiela la sangre en las venas. Eso sí que es apología del franquismo y de sus Tribunales de Orden Público. ¿De qué puñetas sirve retirar las estatuas si hemos terminado resucitando las leyes más represivas de la dictadura?