El ajedrez es un deporte milenario que ha tenido a lo largo de su historia jugadores excepcionales. A comienzos del siglo XX, el ajedrez estaba extendido en todo el mundo. Europa y América eran los centros más importantes.

La lista de jugadores que han conquistado en el siglo XX y XXI el título mundial de ajedrez son europeos y americanos: Wilhelm Steinitz (República Checa), Emmanuel Lasker (Alemania), José Raúl Capablanca (Cuba), Alekhine (ruso nacionalizado francés), Euwe (Holanda), tras el cual el dominio soviético fue total (Mijail Botvinnik, Vasily Smyslov, Mijaíl Tal, Tigran Petrosian y Boris Spassky); tras ellos, Bobby Fischer (EE UU) y, cuando este extraordinario jugador, que posibilitó la difusión del ajedrez más amplia que ha experimentado en sus mil quinientos años de existencia, se negó a poner en juego su título, Anatoly Karpov (URSS). Después, vino el ruso Gary Kasparov (ruso, ahora con nacionalidad croata), y en la actualidad, el campeón del mundo es un jugador extraordinario de un país sin tradición ajedrecística: el noruego Magnus Carlsen.

De Bobby Fischer se ha escrito un sinnúmero de artículos, opiniones, y algunos libros. Muchos sobre su actividad puramente ajedrecística, y algunos sobre su vida personal. Acaba de ser publicado en España, el libro más importante sobre su vida, escrito por Frank Brady con el título "End Game", en el que se relata el espectacular ascenso y descenso de Bobby Fischer, del más brillante prodigio americano al filo de la locura.

Brady, como comenta en New York Times Book Review, estaba en una posición única para escribir sobre Fischer ya que tenía acceso a nuevo material, incluyendo los archivos del FBI y de la KGB (los cuales identificaban a Fischer como una amenaza para la hegemonía soviética en el ajedrez a mediados de los 80 del siglo XX); los archivos personales de la madre de Fischer, Regina, y su mentor y maestro Jack Collins, e incluso a un ensayo autobiográfico como adolescente.

Bobby Fischer, todo el mundo lo reconoce, fue un genio. No hace falta conocer el mundo del ajedrez para quedar hipnotizado por la vertiginosa y oscura historia del jugador más admirado y odiado del mundo. Brady relata una visión de uno de los iconos más americanos más deteriorados.

Fischer, de pequeño, vivió con su madre Regina -que estaba separada de su padre-, y con su hermana mayor. El problema de Bobby era social: desde una edad muy temprana llevaba su propio ritmo, que con frecuencia era opuesto al desarrollo de otros niños. Su característica distintiva parecía ser su fuerte testarudez. Y su obsesión por el ajedrez. Para estimular su competitividad pasaba horas, después del colegio, en la biblioteca de Grand Army Plaza en Nueva York leyendo casi todos los libros de ajedrez que había en las estanterías. Mantenía su implicación con el juego hasta cuando se bañaba. En su casa no había ducha, solamente bañera. Y cuando Fischer estaba en el agua, su madre colocaba una bandeja cruzando la bañera y el libro que estuviera estudiando en ese momento, y le ayudaba a situarlos en el tablero. Bobby pasaba horas en remojo mientras se abstraía con las partidas de los grandes del ajedrez...

Fischer, como señala Brady, aprendía de muchos de ellos: la capacidad de combinación de Rudolf Spielmann, la acumulación de pequeñas ventajas como había demostrado Steinitz, la técnica casi mística de evitar complicaciones que tenía Capablanca, y la tenebrosidad profunda pero bella de Alekhine.

El talento ajedredístico de Fischer quedó ya plasmado para la historia en su histórico 11-0 ganando todas las partidas del campeonato de Estados Unidos en 1964, cuando tenía solamente 21 años.

Años más tarde, en 1972, en plena Guerra Fría, llegaría su enfrentamiento por el título mundial en Reikiavik (Islandia), contra Spassky. Fischer estuvo a punto de no participar en el campeonato, debido a múltiples enfrentamiento con los organizadores, sobre todo por la cantidad de dinero en juego, y sólo pudo solventarse por la magnanimidad del millonario británico Slater. Los medios de comunicación, entre ellos, la revista Time vendían el choque ajedrecístico en clave geopolítica "el oso ruso versus el lobo de Brooklyn". Finalmente, el duelo del siglo se disputó y fue ganado por el norteamericano con siete victorias, tres derrotas y once tablas.

Bobby Fischer se fue haciendo cada vez más excéntrico, y cada vez más era Bobby contra todos. Se hizo antisemita -a pesar de ser judío-, odiaba a los negros, a la Iglesia... y lanzaba furibundos ataques contra los norteamericanos. Dijo que se sentía identificado con el personaje que interpretaba Jim Carrey en la película "El show de Truman", que a veces sentía como si viviera en un mundo kafkiano en el que él, al igual que Truman, era la única persona honesta del mundo y todos los demás eran actores.

Se convirtió, debido a sus múltiples y muchas veces absurdas exigencias, en el primer campeón del mundo de la historia del ajedrez que renunció a defender su título.

En plena guerra de Yugoslavia, disputa en la ciudad montenegrina de Stevi Stan un nuevo match contra Spassky violando la prohibición de su país. Vive muchos años en numerosos países -no puede regresar a EE UU, que dictó orden de búsqueda y captura contra él-. Su salud mental se deterioraba: admiraba a Hitler, negaba el holocausto, e incluso se mostró satisfecho del atentado contra las Torres Gemelas en septiembre de 2011. Finalmente es detenido en Japón, pero Islandia le otorga la condición de refugiado y le concede su nacionalidad. En ese país del Norte de Europa, fallece en 2008, cuando contaba -casualmente- 64 años, las mismas casillas que tiene el tablero de ajedrez.

Bobby Fischer, genio... ¿Paranoico? Puede ser. Nos queda su inmenso legado ajedrecístico.

*Presidente de TuSantaCruz