Si el resultado es la total falta de acuerdos, líneas rojas y vetos para gobernar en coalición, si se llegó a eso sabiéndolo ya durante la campaña electoral, en la que se enfatizaron esas condiciones, no se entiende cómo se pueda invertir las consecuencias y resultados objetivos, y suponer lo más ilógico. Como es que así se buscaba el gobierno de coalición. Ningún partido engañó al votante y todos expresaron sus fobias, incompatibilidades e identificaron enemigos irreconciliables.

Albert Camus, definiendo la obra literaria y la libertad absurda, decía que lo que valía era la descripción, no la explicación. En las votaciones tenemos hechos objetivos de total desgobierno, con el agravante de que, de lograrse, duraría días. ¡Qué más hace falta! Las explicaciones (análisis) son más bastardas que otras veces.

Cuando esa ciencia de la posibilidad, que es la sociología, publica encuestas, la casta sacerdotal de los hermeneutas (tertulianos, políticos, expertos, periodistas...) se apresta a decir que "tienen cocina", o sea predeterminado preguntas, entrevistados y que eran confirmación "científica" de lo pretendido por el cliente. En este caso hay un margen de crítica e impugnación, a pesar del soporte científico de la encuesta, que, en el primer caso, la deducción última, con todas las carambolas, del sentido del voto no se da. Al revés, se pontifica en contra de lo dado, la descripción, la metodología, el pronunciamiento único, directo y unívoco, puesto en entredicho. Nadie votó por consensos porque no se preguntó. Votar a un partido no es votar por factores, además de aleatorios, casi imposibles. La gente ha votado partidos, no coaliciones. Por tanto, todo lo referido a interpretar la teleología o finalidad del voto carece de todo soporte fáctico y lógico.

Aquí la "cocina" incluiría las semillas, el huerto, el arado, el régimen meteorológico. Estamos ante el reino de lo conjetural, especulativo y adivinatorio. Si existe un divorcio entre la clase política y ciudadanía, que no parece (al revés, parece que se quería que la casta incluyera hasta sus hostiles), la ruptura entre esta y los exégetas de la opinión común es por total suplantación. No solo interpretan voluntades indeterminables sobre hechos que no se han pronunciado en absoluto, sino que para dar tantos pasos en el vacío solo pueden hacerlo bajo el manto pontifical.

Debiéramos regresar al escéptico David Hume y su juego de billar. Nosotros solo vemos chocar las bolas, la relación de causalidad ya es una creación mental. Con la diferencia de que aquí no existe la posibilidad de evidencia empírica previa.