El carnaval de verdad ya no me motiva ni me hace vibrar. El gentío y el ruido, más de lo mismo porque ambas cosas han confluido en un máximo insuperable de decibelios. El mixto de pachanga y reguetón, mejor en otra parte, en la esquina contraria, en otro barrio... Lo más lejos que se pueda, por favor. La ciudad cumple años fea y triste, desolada, sin ofrecer su cara más bonita, sin personalidad y sin escondites para los que no se quieren dejar ver ni aunque sean convocados por escrito a actos con corbatas y chaquetas bien planchadas. La trama urbana no dibuja el más mínimo sucedáneo de metrópolis, sino que es tan impertinente como el pueblo pero un poquito más grande, aunque escondida detrás del mar, eso sí, y con un puerto monótono en el que casi siempre atracan los mismos barcos, esto también. Y no hay más. En el mundo en que se calca la rutina, ya se observa cómo va creciendo una dura costra. Debo ser muy raro. Estoy aturdido.

El carnaval de la política me tiene agotado, hablando solo. Ya no me acerco al precipicio de los telediarios ni de los informativos radiofónicos; tampoco hurgo en los digitales, mucho menos en la prensa diaria. Que hagan lo que les dé la real gana, como hasta ahora así siempre ha sido. ¿Ya no lo recuerdan? Que si el PSOE con Ciudadanos pero sin Podemos, que si Ana Oramas y su agotador desparpajo para ir por libre con tan poca representación de las Islas, que si el PP en caída libre y humillado por la corrupción que supuestamente ha gestionado gran parte de sus élites, que si Asier Antona predicando en el desierto sus huecos argumentos (solo cuando sale del escondite), que si esto, que si lo otro, que si aquello, que si va a ser más de lo mismo... He aquí la conclusión: más de lo mismo, salvo aquella pequeña diferencia a la que por ahora nadie quiere abrir hueco. Es el otro carnaval, el que no atiende al calendario religioso pero que se ha vuelto tan ortodoxo como la programación de misas de cualquier parroquia rebosante de feligreses. Ahora sí me veo más normal. Estoy menos aturdido.

El carnaval de las emociones, personal, íntimo y cada vez más reducido, es el que consigue recuperarme y darme fuerzas ante tales atrocidades, las descritas aquí con poco mimo y máxima beligerancia. Lo siento, pero estoy hasta la coronilla. Por eso, en parte metido en el fango del día a día, me sacudo toda esa pelusilla y gestiono la manera de mover las extremidades a tope de velocidad para poner rumbo, girando el timón del apetito propio, a otra parte, a otros espacios físicos y mentales, a otras plataformas donde la satisfacción recale sin necesidad de tener que formar parte de la masa, sin sumar para dar holgura al dato promedio, sin contribuir a que la directriz habitual sea esta y no la otra, sin participar en la torcedura colectiva, sin penetrar en la cola que avanza con retraso hacia las múltiples morfologías del abismo. Me siento yo mismo. Con muchas ganas de buenos amigos.

@gromandelgadog