Por varios motivos que luego intentaremos simplificar, constituyó todo un éxito la apertura del IV Ciclo de Cine, que bajo la dirección de Per Thomsen tuvo como escenario el Real Casino de Tenerife. El núcleo principal estaba centrado en la exhibición del documental "Los náufragos del Berge Istra", de Víctor Calero, cuya sinopsis recordamos a continuación:

"El 30 de diciembre de 1975 el buque carguero Berger Istra se hundió en aguas del Pacífico. La embarcación noruega, que superaba en eslora al Titanic, explotó dejando en las profundidades a 30 tripulantes que no sobrevivieron a las llamas del fuego ni a la fuerza de succión del barco. Cuarenta y un años después, este documental narra la historia de dos tinerfeños, Imeldo Barreto y Epifanio Perdomo, los únicos supervivientes que pasaron veinte días a la deriva en una pequeña balsa antes de ser rescatados por un barco pesquero japonés".

Allí, en el abarrotado y aludido recinto, se encontraba Imeldo, natural de la Punta del Hidalgo, y Epifanio, oriundo de Taganana. Y en sus entornos muchísimos vecinos de las localidades mencionadas, que habían acudido para arroparlos en el sentido homenaje que se les ofrecía, donde sus numerosos familiares tenían una preferente atención.

Poca agua, galletas y un simple anzuelo

Sonrisas y lágrimas. Aquella epopeya náutica había pasado, pero las imágenes y, sobre todo, los comentarios de los náufragos calaron muy hondo en aquella expectante y nutrida concurrencia que veía, atónita, cómo se pudo sobrevivir con apenas cuatro litros de agua, algunas galletas y caramelos y un simple anzuelo...

Quien también coadyuvó de una forma decisiva a que la referida sesión transcurriera por sendas tan emotivas como entrañables fue la Asociación Foro Signo de Vida Tenerife, que lidera Juan Carlos González Álvarez, un personaje amante de la concordia y armonía entre las familias y, muy especialmente, de los abuelos -como Imeldo y Epifanio- "para reconocerles y agradecerles el papel tan importante que juegan en la vida de las personas".

No es una balsa, sino un "artefacto que flota"

Y también resultó una pieza fundamental en este acto la presencia de Nast Morillo Lesme, profesor del Instituto de Formación Profesional Marítimo Pesquero de San Andrés, que explicó, con lujo de detalles, que la balsa salvadora que allí se exponía era simplemente "un artefacto que flota", otorgándole, por tanto, a aquella hazaña la categoría de "puro milagro", si tenemos en cuenta que con los actuales avances técnicos un náufrago no pasaría más de 24 horas a la deriva, refiriéndose a las radiobalizas, a las balsas diseñadas y preparadas, kits de alimentos y supervivencia, bengalas, señales de humo, etc.

Imeldo y Epifanio, insistimos, se tuvieron que conformar con lo que tenía aquel artefacto: cuatro litros de agua, algunas galletas, caramelos, un simple anzuelo... Veinte días en medio del Pacífico. Con sus días soleados, lluviosos, tormentosos; sus gélidas noches. Ahora Imeldo, observador y cauto, tiene 79 años, y Epifanio, sonriente y distendido, 77. Aquel "Berge Istra" de 315 metros de eslora, 35 más que el "Titanic", tardó escasos minutos en hundirse. El "Titanic" tuvo mucho más tiempo, pero pagó muy caro aquella arrogancia blasfema que lo etiquetó por vida: "A este barco no lo hunde ni Dios".

La tragedia que hizo temblar a toda Canarias

El público aplaudió el laborioso y minucioso trabajo que había llevado a cabo el joven documentalista Víctor Calero, que también brindó en el mismo escenario un texto tan bien leído como redactado sobre aquella tragedia que otrora hizo temblar a toda Canarias, porque de aquellos treinta tripulantes que murieron en el naufragio, diez habían nacido en el Archipiélago.

Y como colofón a aquella sesión de reencuentros y nostalgias, las guitarras, panderetas y tambores de La Parranda los Jueves, que en aquel sentido y oportuno homenaje surgieron, entre otras, las siguientes estrofas: "Perdidos en alta mar / sin ropa agua o comida / nunca perdieron la fe / y eso les salvó la vida.

En primera fila, de soslayo, Imeldo y Epifanio veían aquel "artefacto" de apenas tres metros cuadrados donde pasaron zozobras y angustias; se estremecían con la presencia de animales marinos; se ilusionaban con islas imaginarias; veían barcos lejanos cruzar la línea del horizonte; y sus respectivas familias ¿qué estarían pensando en momentos tan dramáticos? Y ahora oían en los salones del Real Casino: "Hoy que han pasado los años / pueden contarles a sus nietos / que esta historia fue real / aunque les parezca un sueño.

Uno de los mayores buques del mundo

Ahora es justo recordar que en 1998 y dada su vocación por la historia, la mar y los barcos, el tinerfeño José Delgado Díaz también contempló esta tragedia en el libro "Berge Istra (Odisea de dos tripulantes tinerfeños)", donde, como bien analiza el especialista Juan Carlos Díaz Lorenzo, "se recoge con exhaustiva exquisitez las penurias y los sentimientos de los dos protagonistas durante su inolvidable y amarga experiencia tras el hundimiento de aquel barco abanderado en Liberia y de propiedad noruega, y por aquel entonces uno de los buques mayores del mundo del tipo denominado "ore oil/bulk oil (OBO)".

Aún nos parece oír los últimos compases, sencillos y cercanos, de la aludida parranda: "Que nos sirva esto de ejemplo / y aprendamos la lección / que hay que luchar por la vida / con fe y con corazón".