Cada vez que huyo del ruido más infernal e inservible, como pasa en este mismo momento en que activo la escritura, me suelo refugiar en la contemplación a lomos de una reflexión de las tantas que he marcado como favoritas y además tengo la sensación de que funciona a las mil maravillas porque supone una inyección de vida y la necesidad de dirigir la visión hacia un lugar llamado futuro, o quizá deseo, voluntad...

Esta operación introspectiva casi siempre da su resultado si se cabalga sobre las infinitas cosas buenas que sirve la excelsa literatura. Con esta simple motivación, he vuelto la mirada hacia un pasado no muy lejano y he recuperado del olvido eventual un texto que a mí siempre me sirve de alimento nutritivo. Lo comparto por si se confirma lo que siempre he mantenido: que es contagioso.

"Harto de tanta estupidez, banalidad y verbo herido por político que va y viene (¡y lo que queda!), me refugio, en un momento maniático y con el calor del rayo de sol que traspasa el cristal del ventanal, en una conversación espontánea, linda y veloz que hace nada (...), en un huequito (...), tuve con otro realejero (...). No recuerdo bien por qué, pero ambos, él con su rollo y yo con el mío (rollos realejeros los dos), llegamos a un mismo título de novela grande, El astillero de Juan Carlos Onetti. Y ustedes se preguntarán: ¿Y a qué viene ahora esto de El astillero? Y la respuesta debe ser, sin duda, a que hay más vida, e incluso mucho más gratificante, que la lectura diaria y a veces forzada (lectura y escucha) de tal secuencia herrumbrosa, vomitiva, nauseabunda y mediocre de burrada va, burrada viene, casi siempre, en el noventa y nueve por ciento de los casos, de político de aquí, de allá y de hasta el lugar del que partió el famoso asteroide".

"Por todo esto, por la imposibilidad de escapar hoy de tales redes de mentiras, de flojera verbal e inmadurez retórica, el otro día (...) se me encendió una lucecita débil que vino a decirme que hay muchas más cosas que las ya rabiosamente descritas. Una de ellas es la literatura, y dentro de este espacio de gratitud y sabiduría, la novela, y en este mismo género, El astillero de Juan Carlos Onetti, que (...) es lo mejor que dio de sí el raro de Onetti (lo de raro es solo mío), algo que yo, desde la humildad y sin el conocimiento pleno de la obra del uruguayo, me apresuré a corroborar".

"Más El astillero y menos verborrea de político, que es la conclusión a la que he querido llegar. Y es que en El astillero veo capacidad intelectual, veo innovación en la construcción literaria, veo composiciones sensoriales, veo definición magistral de espacios, veo atmósferas singulares y extraordinarias, móviles y palpables... Veo vida, cultura y alimento humano; veo progreso, emociones, verdad... ¡Futuro! El astillero me enseña y me entusiasma; en cambio, hay políticos que parecen que están hechos para emponzoñarlo todo. Por eso desde ahora releo El astillero. Formas de escapar".

Siempre Onetti, siempre la lectura. Lean...

@gromandelgadog