Tuve el privilegio de conocerlo personalmente, cuando aquejado ya de sus dolencias ironizaba consigo mismo acerca de su encierro en una tinaja, como Diógenes; metáfora para definir el corsé que aprisionaba su dañada columna vertebral. En sus charlas supe de sus aficiones de siempre, su maestría en el ajedrez, sus aventuras submarinas pescando enormes ejemplares de peces autóctonos, o sus conocimientos micológicos para degustar las setas que crecen en libertad bajo la umbría de nuestros montes. Tampoco pude obviar su consejo ante mis preguntas sobre el don para poder transmitir un poema escrito a un público oyente -consejos, por otra parte, que no supe asimilar-; una faceta para él dominante, pues no en balde había encabezado y pisado durante muchos años las tablas de un escenario, por lo cual sabía transmitir con creces sus poemas tan singulares, inspirados en la constante presencia marina: "Nuestras vidas son los ríos y nuestra muerte la mar, porque el mar no vive, sueña; pues el mar no pasa, está". Puedo decir que conservo su biografía poética firmada de su puño y letra, en donde en un acto generoso me llamó "amigo y compañero", todo un privilegio para quien fue capaz de leérselo de un tirón en primer instancia, sin detenerse a razonar que la lectura poética requiere de un análisis más pausado para penetrar en los entresijos del lenguaje, algunas veces críptico, del propio autor. Cuestión que no hallé en la suya, escrita por alguien que, como dije, era capaz de transformar la fórmula tullida y minusválida de un grafismo en un canto de comprensión milagrosamente transformado por su garganta.

De su recuerdo conservo aún en alguna carpeta de mi desordenado habitáculo, escrito de su puño y letra, sus señas en Santa Brígida, aunque no tuve opción de visitarlo por cuestiones ajenas. Tal vez porque la vecindad cercana de otro poeta coetáneo suyo, Rafael Arozarena, paliaba mis ansias de conocimiento y aprendizaje. Lo cierto fue que su inesperada muerte cerró un capítulo vital de la trayectoria de un hombre que se enraizó de tal manera en Canarias que supo captar -partiendo desde la antesala de su imprenta y recorriendo los rincones de las islas solo o en compañía- el alma, la geografía y el sentimiento canarios. Que se haya homenajeado su memoria en el marco del Día de las Letras Canarias me ha parecido un acierto, aunque carente del complemento esencial, válido ahora sólo para una escasa parte de la juventud perteneciente al IES del Barranco de las Lajas (Tacoronte), que junto a Fabiola Socas y sus acompañantes supieron ensalzar su memoria en el salón santacrucero de Presidencia del Gobierno, bajo su titular Fernando Clavijo y la consejera María Teresa Lorenzo; recitando partes esenciales de su legado, como lo es su conocido poema "La maleta". Poema que él denominaba "cantar de ciego" y que tuve el privilegio de escucharlo de su propia voz en el Centro de la Cultura Popular.

Lamentablemente el pasado 2015 no fue un buen año para la poesía y los poetas canarios, pues perdimos a dos figuras representativas como Arturo Maccanti y Carlos Pinto, que también me honraron con su amistad. Concluyo con un verso de Lezcano, "para el hilván de la muerte la cana es el hilo perfecto", quien como otros fue referente de la cultura canaria, aunque por fortuna nos han dejado el legado de sus obras. Sólo falta nuestro envido para homenajearlos como a los vivos, como lo es Fernando Garciarramos, para conservar y propagar su memoria entre todas las generaciones que van surgiendo. Esa es mi propuesta.

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