La mayoría de los sueños se acaban roncando. Las grandes ideas, para que se hagan reales, necesitan de una serie de requisitos como el trabajo, la voluntad y la suerte. Un día nos despertamos con el anuncio de un grupo de inversores que proponían una especie de parque temático en el Valle de Güímar. Hoteles, piscinas, centros comerciales y exóticos palmerales vendrían a sustituir uno de los horrorosos agujeros de las extracciones de áridos que salpican el paisaje del barranco de Badajoz, la antigua cantera de Fulgencio Díaz. Pues qué bien. A la alcaldesa, como es normal, le subió la bilirrubina y vio en el proyecto la oportunidad de transformar el municipio en un enclave turístico de primer orden. Un sueño.

Pero después de los primeros dibujos idílicos de Mimiland, el asunto empezó a oler como las tripas del pescado. La prensa reveló pasadas insolvencias del grupo promotor. Surgieron dudas sobre la capacidad financiera que tenían para sacar adelante el proyecto. Y por si fuera poco, aparecieron en internet acciones a la venta -en paquetes de un millón de euros- para participar en el futuro parque temático en una especie de "crowfunding". Todo muy confuso y raro. Después el PP se ha tirado al monte para pedir medidas excepcionales para garantizar la inversión de los promotores. Y eso, amigos, es imposible. Los trámites del suelo son el mar de los sargazos de Canarias. Y no hay atajos. Y menos cuando los que mandan, encima, observan poca credibilidad en los proyectos.

Los agujeros de Güímar siguen siendo zona extractiva. Y si alguien decide quitarles ese uso sin cambiar la ley tendría que aflojar una importante indemnización a los titulares de las explotaciones por la pérdida de los lucros futuros. Eso dicen los servicios jurídicos de las administraciones. Así que es normal que el Cabildo se ande con pies de plomo antes de meterse en una especie de Tindaya güimarera.

Lentamente, el proyecto ideal de Podemos empieza a chocar con los escollos de la realidad. Y el ruido sale en los titulares de la prensa, que son como afilados arrecifes. Desde la gomina que el alcalde de Zaragoza cargó a los presupuestos municipales hasta supuesto el intento de uso de la sala de autoridades por la diputada Rosell, cualquier pequeño gesto de la "vieja política" se magnifica cuando aparece retratado en los rostros de la nueva.

Los líderes del partido de Pablo Iglesias, bajo la lupa mediática, crujen. El alcalde de Cádiz, José María González Santos, apoya a los trabajadores de Navantia en la venta de cuatro fragatas a Arabia Saudí y queda como los trapos de una fregona ante las organizaciones humanitarias y ecologistas que le ponen a parir. Y después condena a la oscuridad la entrega de premios del Municipio de Cádiz a los familiares de presos políticos en Venezuela y queda como un estropajo de brillo ante el otro lado sociológico del país. Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, anda todo el día con una manguera apagando los fuegos que surgen en su propio equipo entre gorgoritos y juicios. En el circo que es España, a Pablo Iglesias le crecen los enanos.

Esos brotes polémicos no son el único virus que infecta la salud de Podemos. Las organizaciones territoriales, montadas deprisa y corriendo, están mostrando los males de una agrupación de electores que reunió a demasiada gente distinta. Empiezan las peleas, las disensiones y los navajazos que debilitan la estructura territorial de un partido cuya cúpula está demasiado ocupada en articular los grandes pactos en Madrid. Mientras el poder se diluye por arriba, la estructura se le escurre por abajo. Malos tiempos para uno de los dos partidos revelación del último "got talent" político en España.

Todo el mundo mira para el turismo en Canarias. Es la vaca que da más leche. Y como es lo único que funciona bien, cada cual pretende ordeñarlo un poco más. Al sector se le pide más empleo, mejores sueldos y que reparta más riqueza. Un imposible. La estructura del sector está capitalizada por inversores externos que exportan mucha de nuestra renta. Y la participación del turismo en el PIB y el empleo en Canarias es tan elevada que resulta peligroso seguir poniendo más huevos en la misma cesta. Si hoy vivimos de algo es de los más de 13.0000 millones que nos deja la venta de servicios turísticos.

Haríamos bien en rompernos la cornamenta por desarrollar más industria y más agricultura. Aunque sea en relación con el propio turismo. Llevamos décadas hablando de cambiar "el modelo" económico canario y nadie ha hecho una maldita cosa por hacerlo. En la economía de las Islas, pedirle más al turismo es como un padre que tiene tres hijos y le exige mejores notas al que saca sobresaliente mientras pasa olímpicamente de los dos que suspenden. Pero así somos aquí, listos que da gusto vernos.