Una isla, en Canarias, es una superficie de tierra rodeada de estupidez por todas partes.

En un momento dado de su historia, el Archipiélago canario renunció a gran parte de sus libertades fiscales y aduaneras para hacerse un poco más continental. Pero no lo hizo del todo. Nos quedamos entre una cosa y la otra. El interés de España era que las Islas Canarias no fueran un agujero en el cordón aduanero por el que pudieran entrar productos no comunitarios al territorio del mercado común. Era importante cargarse a las fábricas de tabaco que elaboraban aquí importantes marcas (Marlboro o Winston, por ejemplo) importando el tabaco en bruto y poniendo aquí el valor añadido de la mano de obra que convertía sus productos en comunitarios. Y se las cargaron. A ellas y a las industrias de las islas.

Si alguien tiene la curiosidad de leerse los periódicos de la época podrá comprobar con qué jerola tan inmensa mintieron las autoridades españolas "garantizando" los puestos de trabajo del sector tabaquero canario al que venían "a salvar". Y podrán releer cómo los sindicatos arrastraron el rabo y vendieron los restos del naufragio obedeciendo servilmente las instrucciones de sus centrales peninsulares. O los mandatos del bolsillo, en el caso de las nacionalistas. Y comprobarán cómo las complacientes autoridades aborígenes se sumaron a lo inevitable con una sonrisa de resignación. Porque ya saben que la isla es un trozo de tierra rodeado de estupidez por todas partes.

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Además de esas tropelías, los centros de decisión de Madrid cerraron cualquier posibilidad de que nos convirtiéramos en una anomalía. Las hay de forma abundante en la Unión Europea, desde Irlanda a las Islas del Canal, desde Gibraltar a Madeira. Pero España ni se molestó ni se interesó por defender un estatus especial para su territorio de ultramar.

Con una economía basada en el turismo y los servicios, las Islas tendrían que haber defendido las libertades comerciales y las exenciones fiscales para favorecer la expansión del sector terciario. Pero elegimos integrarnos en la Unión Aduanera para favorecer las exportaciones, defender el sector agrario y recibir subvenciones. Esto es, naturalmente, un escueto resumen: realmente es un poco más complicado, pero no mucho más.

Los primeros años nos hicieron pensar que hicimos un gran negocio. Nos fabricaron instrumentos y ayudas para compensar el "palo" fiscal de meternos en Europa y Canarias recibió inversiones en infraestructuras. El hormigón no se come, pero ayuda a comer. Bruselas nos trató mejor que Madrid y reconoció en unos pocos años las singularidades y sobrecostos que los funcionarios peninsulares siguen ignorando después de décadas. Luego llegaron otros tiempos, las ayudas empezaron a menguar y las islas sufren los clásicos problemas del destete. No son los únicos que tiene, desgraciadamente.

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Unos años antes de aquella brillante entrada en Europa, las autoridades indígenas habían negociado con Madrid las relaciones entre la autonomía y la Administración central. Desde entonces venimos arrastrando una Sanidad y una Educación tan mal financiadas que tenemos que poner dinero de nuestros propios recursos. Pero eso no es nada en comparación con las carreteras.

Los políticos canarios aceptaron que las islas quedaran fuera de la red ferroviaria nacional. Nos lo cambiaron por un sistema de aportaciones a través de un convenio de carreteras por el que los Gobiernos peninsulares destinaban algunas inversiones a Canarias. Hicimos un negocio ruinoso como el indio que cambia el oro con unas cuentas de colores.

Desde 1992 hasta la actualidad, la Península ha tendido más de 3.000 kilómetros de redes de Alta Velocidad (AVE) con una inversión superior a los 50.000 millones de euros. Pero no sólo se ha creado una malla ferroviaria moderna y se ha mejorado la red de cercanías: de los 166.000 kilómetros de asfalto en España, la red del Estado cuenta con 26.000 de los que 14.000 son autovías y autopistas. En 1986 apenas había 1.700 autopistas de peaje y 280 autovías y autopistas libres. En 2011 había ya 2.523 autopistas de peaje y 8.241 autovías y autopistas libres. Las inversiones en obra nueva pasaron de mil millones en 1986 a más de 9.000 millones en el 2009.

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Aquí estamos por cerrar el anillo insular, seguimos esperando por esa eterna vía de cornisa y por la vía exterior metropolitana mientras nos consumimos en las colas en el Norte y el Sur. Nuestra red ferroviaria es un tranvía que tarda 45 minutos en unir dos municipios colindantes separados por apenas ocho kilómetros. Allí tienen la Alta Velocidad y aquí el bajo coeficiente mental. Nos peleamos entre nosotros mismos a dentelladas por el poco dinero que llega mientras en Madrid se parten el culo de la risa. Hay científicos en el SETI buscando signos de vida inteligente en las lejanas galaxias. Deberían intentarlo primero en Canarias.