El sindicalismo nació en el seno de la Revolución industrial hará unos 200 años. Por tanto, bajo un sistema ya totalmente superado, al encontrarnos en una sociedad postindustrial que ha dejado de llamarse de clases. El sindicalismo fue posible en las grandes concentraciones laborales: gigantescas naves, cadenas de montaje, minas, estibadores, cuadrillas de peones... Ahora todo ello ha desaparecido y el trabajo es "online", en "crowdfounding"..., se comparten espacios para actividades distintas, se cambia de trabajo, es decir, exactamente todo lo contrario. El sindicalismo ha quedado despojado del nicho o ecosistema que lo hizo nacer. Marxismo "puro": superestructura sin infraestructura.

Decía Gramsci que lo caduco tardaba en desaparecer y Simone Weil que el sindicalismo alguna vez tenía que morir.

Los sindicatos carecen de programas de gobierno, no hay nada que puedan prometer, cumplir o incumplir, no deben alcanzar objetivos, ni tienen metas, tampoco cerrar acuerdos. Si el sindicalismo podría sobrevivir sin acuerdos, no lo podría hacer sin reuniones. Las reuniones constituyen el gran símbolo burocrático. Poseyendo esta naturaleza, fueron agraciados por el Estado con una posición sumamente ventajosa en el entramado institucional, legal, social, económico. Les facilitaron afiliación, derechos y ventajas legales, extendieron su representación más allá de donde era real, les confirieron permisos, liberados, poder normador con los convenios colectivos. Además se les donó cursos de formación, subvenciones, participación en ERE, no nos extenderemos en estas prebendas por su uso conocido y popularidad derivada. Tanto, para nada.

Al mismo tiempo, el país progresaba, empresas españolas competían con éxito en sectores punta de la economía global, la sanidad pública era motivo de orgullo, la educación se universalizaba. El mérito sindical se reduce a consideraciones abstractas, ninguna mensurable ni empírica, como ser agente del "contrato social", o base de la "paz social". Estas profundas reflexiones, no sujetas a demostración, no van lejos. Si la afiliación es mínima, no pueden ser los sindicatos los ejecutores de esas funciones, sino que ha de ser la sociedad española, por pura lógica. Resulta imposible referirse a alguna aportación, innovación, mejoramiento o activo sindical.

Los sindicatos solo tienen que hacer una cosa a final de mes: pagar las nóminas. Es su única actividad con resultado. Penosos gestores como sabemos, no les cuadran las cuentas a ninguno de ellos, y van a por los abogados laboralistas: o a empujarlos o a recortarles sus sueldos. Tanto a los que sólo han trabajado en sus sedes como a los despachos dependientes. Alcanzada pues la unidad sindical y desplegada la lucha de clases.