Muchas culturas primitivas creían en la comunidad de vivos y muertos. El escritor Ernst Jünger, también, celebraba a sus dos hijos muertos en la II Guerra Mundial. A lo largo de la prehistoria y la historia se han producido variaciones en enterramientos y cultos. Actualmente parece una opción mayoritaria aventar las cenizas. Que no quede rastro de los restos. ¡Qué curioso! Pero es lo que hicimos con mi padre y se ha hecho con amigos. No conocí a mis abuelos maternos. Siempre mantuve hacia ellos la más absoluta indiferencia y desinterés. El año pasado enterramos a mi madre en el panteón familiar, allí están mis abuelos, la misma humana indiferencia. Al no conocerlos son imposibles los vínculos empíricos, empáticos, afectivos, intersubjetivos. Lo que sí cabe, por motivos espurios y retorcidos, es teatralizar psicodramas, como imperiosos actos de justicia de la indigencia ideológica de algunos: la ñoñería, el falso sentimentalismo de los que pretenden monopolizar las tragedias históricas, como si los demás no hubiéramos padecido a todos sus protagonistas y no estemos hartos del teatro total.

¿Por qué lo digo? Porque el psicoanálisis y la psicología, que son las únicas disciplinas que tienen algo que decir sobre el dolor de la pérdida, han establecido lo que es la pérdida y lo que es el duelo. De forma que para que haya duelo tiene que haber pérdida. O dicho al revés, no puede haber duelo si no hay pérdida. Y no hay pérdidas prenatales.

Otra cosa aún más sobrenatural: ¿cómo es posible descubrir la pérdida tantos años después (década tras década) de haberse dado en otro cercano, que no en uno mismo que ni conoció a los desaparecidos? A mí es lo que más me maravilla. La impostura. Yo he conocido a muchos descendientes de muertos, y les he visto siempre muy felices. Ahora hay casi la misma distancia con la Guerra Civil que en mi juventud con la Guerra de Cuba. Entonces quedaban viudas e hijos de muertos en la Guerra Civil. No vi en ninguno de ellos desasosiego o furia -otra vez por la naturaleza humana-, sino resignación y olvido. El ser humano posee el mecanismo protector del olvido. Los propagandistas de la memoria hoy no les mueve la humanidad, porque es simple y llanamente imposible, sino el revanchismo disfrazado de sensiblería y victimismo aplazado por obstinado olvido.

Es humanamente imposible que el tiempo no cicatrice todas las heridas y pérdidas. Por otra razón muy fácil de entender, porque en otro caso la vida resultaría invivible.