El déficit público es el diagnóstico de nuestra economía, pero la falta de crecimiento es la enfermedad que debemos combatir para eliminarlo.

Independientemente del momento electoral, necesitamos una hoja de ruta clara, donde nos comprometamos a que no se estanque la economía y que el ajuste fiscal y el sostenimiento y profundización de las reformas sean el auténtico garante de la credibilidad para inversores extranjeros y locales.

No debemos olvidar que la estabilidad de nuestra economía también depende de lo que ocurre a nuestro alrededor, y que una oferta de mayor rendimiento y garantías de otros países nos dejaría con una falta de fondos y un encarecimiento de los mismos, inasumible para nuestro plan de crecimiento y empleo.

Mientras tanto, debemos definir un modelo productivo eficiente donde potenciemos lo que hacemos bien, y reinventemos aquellos sectores que no son productivos.

La política monetaria del Banco Central Europeo no tiene vocación de ser eterna y su fin será el pitido inicial de una economía donde la competitividad será el escaparate que se muestre al resto del mundo.

No hay suficientes recursos públicos para sostener el Estado del Bienestar y, además, apoyar a las empresas a crecer y crear riqueza y empleo sin subir los impuestos, algo que se nos antoja insostenible con la tasa de paro que sufrimos y la propensión a vivir de la economía sumergida ante la falta de soluciones definitivas.

Los empresarios demandamos diálogo y corresponsabilidad. No podemos seguir siendo el saco donde todos pegan para desahogarse o justificar su falta de soluciones, y al mismo tiempo esperar que creemos de la nada todos los empleos que necesitamos para sostener un presupuesto público desproporcionado.