Existe una sensación, ampliamente aceptada, de que somos incapaces de resolver los problemas económicos y sociales debido al número de losas con las que tenemos que cargar cada día.

No estamos acostumbrados a hablar de crecimiento económico y que, a su vez, no se recupere el empleo que necesitamos, y eso nos asusta.

La legislación laboral asfixiante, la estacionalidad del consumo, las políticas fiscales excesivas en época de recesión o austeridad y la falta de una receta única (o milagrosa) deben dar paso a una reorientación de las políticas enfocadas a la creación de empresas y empleo y las dedicadas a proteger a las familias sin recursos.

Eso sí, no podemos mantenernos en el club de los ricos si tenemos que preocuparnos por el plato de potaje diario. Debemos priorizar nuestras acciones, invertimos para crecer y que todos tengamos la posibilidad de enriquecernos o transitar de la pobreza a la clase media a medio plazo, o subvencionamos permanentemente todos los salarios desde el día que entramos al mercado laboral hasta que fallezcamos, con un ingreso deprimente de 400 euros para toda la vida y cambiamos el derecho al trabajo por el derecho al subsidio.

Y es que, no nos engañemos, pagar un salario social precisa de un ingreso previo por impuestos o cotizaciones, y para ello las empresas y los trabajadores deben tener un factor de estímulo que no sea perder en obligaciones fiscales más de la mitad de sus ingresos.

Una buena familia va mejorando la calidad de vida a medida que va incrementando paulatinamente sus ingresos, y no funciona como una familia rica cuando le entra un dinero extra y vive en la pobreza cuando este se acaba.

Lo mismo pasa con los salarios en las empresas. Si los ingresos suben (que no las ventas), los salarios pueden subir, pues no olvidemos que, tal como se negocian los convenios salariales, todo lo conseguido es acumulativo para el año siguiente.