"Lo que encuentro insoportable es el pesimismo complacido de algunos intelectuales que se regocijan con el mal. No acepto la coquetería con el pesimismo existencial". Así de rotundo se manifestaba Claudio Magris, premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2004. Y transcribo esta cita porque me parece que es una valiosa tarea cultural superar el pobre y trasnochado nihilismo desencantado. Y, sobre todo, su huella en los jóvenes.

Sobre este problema, manifestaba el filósofo Javier Gomá, en una entrevista periodística, la situación paradójica del niño de hoy que "vive en una época que se está gestando poco a poco sobre bases completamente nuevas", pero que "piensa, mira y siente todavía con los esquemas de la cultura que ha sido dominante durante los últimos tres siglos pero que ahora decae". Entonces, "todo el mundo ha interiorizado y repite las consignas de la liberación cuando esta ha perdido todo impulso emancipatorio".

Como resultado de esta situación, Gomá también describía magistralmente la génesis del desencanto juvenil: "Ha calado tanto la filosofía de la sospecha que el descreimiento ya se ha convertido en imagen natural del mundo. El cinismo es la regla de vida. Un cinismo inteligente y estúpido. Inteligente en el sentido de que convierte a un niño de siete años en una persona difícil de engañar, suspicaz como el que más, pero estúpido porque se priva a sí mismo del ideario de los bienes que hacen esta vida no solo digna de ser vivida, sino digna de ser amada".

Gomá terminaba con una fecunda reflexión: "El problema no es ser libres, sino ser libres juntos. Necesitamos un arte que sirva para presentar de manera seductora y atractiva los límites inherentes a la convivencia. Comprender que determinadas limitaciones son intrínsecas al individuo, no lo aniquilan, sino que le prestan identidad, lo elevan. Como decía Goethe: limitarse es extenderse".

Sobre ese arte nuevo se manifestaba el escritor español Pablo d''Ors en otra entrevista reciente: "Casi todos los escritores son escritores de la oscuridad. Y en cambio yo me siento llamado a ser un escritor luminoso, y eso no significa ser un escritor ignorante de la oscuridad. Pienso que la luz es más difícil de ver que la oscuridad, pero no porque no exista, sino porque exige entrenar más los ojos y entrenar más el corazón".

Si en algún campo resulta urgente afrontar este desafío cultural, tal vez sea en lo relativo a las relaciones interpersonales, al amor: ¿cuántas novelas, películas y programas de telebasura se regodean -sin un átomo de piedad- en mostrar un fracaso y otro, y en exponer con crudeza sus consecuencias?

Me parece importante rescatar el amor de la basura, presentar de nuevo la fuerza de su belleza para paliar el cinismo dominante en tantos programas necios, producidos para esclavizar espectadores y lograr grandes audiencias -por medio del morbo y la curiosidad- en los que no importa nada la verdad sobre el amor: ya está bien de que la imagen del amor la proporcionen los amoríos superficiales de algunos famosillos que airean sus intimidades para lograr dinero y notoriedad -en verdad, los compran y los utilizan como mercancías-.

Porque existe el amor que fusiona lo espiritual y lo corporal, y que es fuente de optimismo vital. Lo expresa bien Pablo d''Ors: "Creo que la verdadera espiritualidad te conduce a la realidad, te mete de lleno en este mundo". Y también el poema de Corina Dávalos: "Salí al lugar de siempre, / por si te encontraba, / y no. / Pasé por el lugar de siempre, / por si habías vuelto, / y hoy no. / Volví al lugar de siempre, / miré (quizás estarías pasando tú también). / Pero no. / Y así cada día: / salgo, paso, vuelvo, miro... / no vaya a ser que justo hoy, / cuando tú sí, / resulte que / yo no". O sea, rescatar el amor del pesimismo y del miedo.

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