Hay gente que logra lo imposible. Estar en un sitio y en su contrario. Sin complejos. Desde la división de Canarias, en 1927, la burguesía de Las Palmas se ha investido a sí misma como poseedora de un auténtico espíritu regionalista frente al victimismo de las islas menores o el insuralismo recalcitrante de Tenerife. Es el caso del pirómano bombero. Con el nacimiento del insularismo chicharrero descubrieron, además, una veta aurífera. Cualquier presidente de Tenerife se tenía que hacer perdonar su sospechosos orígenes arrimando más el ascua a la sardina de Gran Canaria, para superar su insuperable presunción de parcialidad.

Desde hace décadas llevan con la matraquilla de que es aquí donde se corta el bacalao político en Canarias. Claro que es lo mismo que se dice aquí de allí. En un divertido festival de tontos en espejo, los de un lado siempre piensan que los del otro son los más listos, los más unidos y los que mejor lo hacen. Claro que con ese juego de rivalidad las dos grandes capitales se trincaron la totalidad del poder autonómico creando un nuevo centralismo archipielágico.

Pero es cierto que los políticos de Las Palmas parecen estar investidos de un aura especial. Por ejemplo, el presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales, es un ferviente regionalista canario y un nacionalista indiscutible. Por eso, cuando creó una comisión para el estudio de los desequilibrios inversores entre Tenerife y su isla, todo el mundo entendió que se trataba de un acto de afirmación del espíritu regional. Es el mismo espíritu que se desprendía de su denuncia del desequilibrio en las inversiones entre los puertos de las dos islas, ya que entendía, desde el más puro espíritu regionalista, que al Puerto de la Luz se le estaba maltratando. Y fue ese mismo espíritu pancanario -un regionalismo en carne viva- el que llevó al Cabildo de Gran Canaria a anunciar (publicado está) que estudiaba presentar acciones legales contra la decisión del Gobierno canario de financiar una nueva inversión de 15 millones de euros en el Anillo Insular de Tenerife.

¿Y qué pasa por contra en esta isla? Repugnante insolidaridad. El presidente del Cabildo, Carlos Alonso, un recalcitrante insularista, ha llamado la atención en torno al pequeño detalle de que las inversiones del Convenio de Carreteras ejecutadas hasta hoy suponen una inversión de 506 millones en Gran Canaria frente a 482 en Tenerife. Y que en la llamada senda, las previsiones de inversión en carreteras hasta el 2017 -en que se acaba el convenio,- la isla de Gran Canaria recibirá 106 millones frente a 47 millones de Tenerife. A Alonso, naturalmente, le ha caído la del pulpo. Porque se quiere cargar Canarias. Por su falta de espíritu regional. Porque es que se pasa el día metiéndose con el área socialista del Gobierno.

Y es que el acomplejado tinerfeñismo hace tiempo que no conoce otra política que la del hacérselo perdonar. Sería bueno que desde el Gobierno mandaran callar a Alonso y que le pasen la vaselina regionalista, "made in" La Isleta, que están usando para tragarse cosas como lo de las carreteras.