La situación por la que atravesaba España, falsamente trazada por Zapatero, condujo a que Mariano Rajoy obtuviese una mayoría absoluta concedida en las urnas por la saturación de múltiples mensajes contradictorios que recibían los españoles sobre la situación económica real del país. El nuevo presidente del Gobierno de España comenzó pronto a jugar con el ciudadano de a pie utilizando ese deporte tan noble que consiste en pensar y actuar en gallego, es decir, no pero sí o sí pero no. Propalaba entonces, en cada uno de sus mítines, la negativa rotunda a subir los impuestos porque sería gravemente perjudicial para las clases menos acomodadas. Solo le bastó un Consejo de Ministros para comunicar una serie de medidas que nada tenían que ver con las anunciadas antes de alcanzar la mayoría absoluta. Porque lo malo de alcanzar la mayoría absoluta radica en poder dilapidar lo que se había prometido públicamente sin perder, al menos, un poco de vergüenza. Para ello, él y todos los miembros del Ejecutivo central, apoyados por los nuevos adulones que llegaban alborozados al panorama político español, basaron su estrategia propagandística en el pufo que les había dejado el Gobierno anterior y del desconocimiento de las condiciones reales de la economía heredada. Falso. Las cuentas figuraban en los despachos de la Unión Europea y, por ende, estaban acreditadas desde meses atrás por el equipo "popular". No fue serio, pues, justificar unas decisiones totalmente desacertadas (algunas tuvieron que tomarse) echando balones fuera de la cancha donde Rajoy y compañía tenían que afrontar, juiciosamente, el partido. Por el contrario, todo se les cayó encima, lo que significaba, y significa, avivar un insultante desvío del grave problema hacia los jubilados, pensionistas y sueldos de miseria, dejando incólumes a las grandes fortunas y a la banca, que continúan, después de silencios cómplices, campando a sus anchas, mientras el número de familias desahuciadas está hoy en 67 cada día, sin que ninguno de los tres poderes del Estado democrático intervenga en estos dramas lamentables legislando y ejecutando lo que ya se contempla en el resto de Europa.

Mientras en 2011, con 186 escaños respaldando todo lo que iniciara Rajoy, el camino a seguir estaba expedito a formar políticas distintas a las prometidas. Hoy, ante las elecciones del próximo 26 de este mes de junio, no hay nada ni nadie que pueda entrever lo que pueda suceder. La consulta está tan enrarecida que podemos encontrarnos con declaraciones dispares y nada creíbles con loas de Rajoy y Montoro afirmando que se bajarán los impuestos y Margallo, desde Exteriores, aseverando que en el 2030 no habrá dinero para pagar las pensiones, lo que viene a confirmar la perfecta desincronización existente en el seno del Partido Popular, organización que se aferra a los últimos datos de la tasa de desempleo, que baja de los cuatro millones, lo que no significa una mejora en las condiciones laborales (contratos basura), soslayando también que todavía hay 3.891.403 españoles en busca de lo más elemental, además de la horrorosa situación en sanidad, educación y asuntos sociales, hundidas por una total desidia implantada por ilustres ineptos que, encima, carecen de los más elementales sentimientos hacia los demás. Quedan por conocer los datos, más fiables, de la EPA. Nadie soporta las noticias diarias sobre los corruptos utilizando dinero del erario para juergas inconfesables.

El PSOE lo tiene francamente mal. Las encuestas lo sitúan en el tercer lugar, por debajo de Unidos-Podemos, a pesar de que Iglesias declaró que ya no es comunista. La presidenta andaluza viene anunciando que ella lo que quiere es ganar, y a Sánchez (una carrera política corta sin pronunciarse claramente sobre Chaves y Griñán) lo sitúan por debajo de los 90 diputados. Si añadimos que el PP tendrá mayoría absoluta en el Senado, no en el Congreso, que C''s se desinfla y que CC está rota por la ley del Suelo, el escenario que se vislumbra está vacío de expectativas. Ningún partido ha expuesto mensajes sobre los perentorios problemas a resolver que arrastra la ciudadanía. Únicamente se les escucha prometiendo lo que no van a cumplir. Por lo pronto, el nuevo Gobierno tendrá que afrontar los 10.000 millones de euros que Europa le reclama, a pesar de que Rajoy ya se ha descolgado con otra de sus amenidades al afirmar que la Unión le ha concedido una prórroga, desmentida cuando escribimos estas líneas para saldar deuda en intereses. Por si faltaba algo, el Banco de España aconseja abaratar más los despidos y profundizar en la reducción salarial. Esto es, simplemente, el enemigo en casa. Al parecer, la historia se repite.