Cuando comienzo a escribir estas líneas aún no se ha resuelto el grave problema de los refugiados que huyen de una guerra despiadada.

Es angustioso, indignante y triste contemplar cómo en Europa se reúnen una y otra vez los altos dignatarios de los diferentes países que la integran para tratar el drama humano que viven miles de personas.

Reuniones carentes de sensibilidad y operatividad. Sin ponerse de acuerdo en el cupo que se asigna a cada país para su acogida, y cuando llegan a un punto de encuentro no lo cumplen. Ejemplo: 28 acogidos de los 18.000 asignados.

Mientras tanto, cientos, miles de personas, entre ellas numerosos niños, esperan entre la angustia y la desesperación que les produce la indiferencia de los países que integran la Unión Europea a que encuentren una solución. Sin embargo, la están alargando con la excusa de procedimientos burocráticos, donde la metodología y los formalismos imperan sobre una realidad humanitaria desgarradora.

Mientras tanto, toda su preocupación se centra entre otros asuntos, al parecer prioritarios, como no sobrepasar el déficit o que la prima de riesgo no exceda de lo recomendable.

Mientras tanto, no se preocupan, o al menos así lo parece, del drama humanitario, que avanza de forma incontenible.

Y me pregunto cómo es posible que en el siglo XXI aún no se haya resuelto una situación que debería avergonzarnos por su permanencia en el tiempo y para quienes lo sufren se hace eterno.

Y me pregunto: si aquellos que tienen la posibilidad de encontrar soluciones la padeciesen directa o indirectamente, ¿su reacción sería la misma?

Concluyo diciendo que cómo somos capaces de hablar y en algunos casos impartir lecciones de derechos humanos cuando diariamente contemplamos en vivo y en directo un drama que sobrepasa el mínimo atisbo de humanidad.

*Abogado