Habría que escribir una canción al trabajo bien hecho, porque, al menos yo, nunca la he oído. Curiosamente, he escuchado la alabanza de casi todo, pero no la de algo maravilloso: que el trabajo bien hecho nace del amor y lo manifiesta.

Una excepción se encuentra en el discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura de 1996, que la galardonada poeta polaca Wislawa Szymborska tituló "El poeta y el mundo": "La inspiración no es un privilegio exclusivo de los poetas o los artistas en general. Hay, ha habido y seguirá habiendo cierto grupo de personas a las que toca la inspiración. Son todos aquellos que conscientemente eligen su trabajo y lo realizan con amor e imaginación".

De esta manera, Szymborska equipara el trabajo con el arte, afirmando que la tarea profesional diaria con la que trabajamos -sea una labor intelectual o manual, da exactamente igual- forma el material artístico con el que creamos nuestra obra de arte en favor de la humanidad, del mismo modo como los poetas elaboran sus rimas.

Se podría aducir que se habla de trabajo elegido, y muchas personas ejercen su labor en tareas a las se han visto obligadas por no tener otra opción. Pero conviene meditar las palabras del filósofo Julián Marías: "El destino tiene que ser aceptado, adoptado, apropiado, hecho mío; no es objeto de elección, pero tiene que ser elegido, solo así es destino personal o, con otro nombre, vocación".

En definitiva, explica el pensador español que el azar forma parte de la vida y, por tanto, sin esa elección de lo que se nos impone -aceptar un trabajo que es el que tenemos, por ejemplo- se llevaría una vida inauténtica, impersonal. Además, Marías es firme, pues piensa que nos jugamos la plenitud de la vida: "El destino, libremente aceptado, pero no elegido -es decir, elijo que sea mi destino, lo adopto, pero no elijo su contenido-, es mi vocación, y la realidad de esta es lo que llamamos felicidad".

A Szymborska le interesaba dejar claro que -al igual que para el poeta- inspiración, amor y creatividad se podían encontrar en el trabajo corriente; por eso, en ese discurso de recepción del Nobel, concretaba: "Se encuentran médicos así, y pedagogos, y jardineros, y otros en cien profesiones más. Su trabajo puede ser una aventura sin fin siempre y cuando sean capaces de percibir nuevos desafíos: a pesar de las dificultades y fracasos su curiosidad no se enfría; de cada duda resuelta sale volando un enjambre de nuevas preguntas".

Resultan palabras maestras que ponen el acento en el verdadero problema doloroso: la rutina. El trabajo bien hecho genera inquietudes, preguntas sugerentes que nos llevan a colaborar con otras personas. Y esto abre una red de amistades que comenzarán siendo profesionales y, con frecuencia, cristalizarán profundas y duraderas. También, de cuando en cuando, palparemos un hondo gozo interior, nacido de nuestra esencial condición amorosa, al comprobar el fruto de nuestro servicio a los demás nacido de nuestro esfuerzo.

"Dichoso el que un buen día sale humilde / y se va por la calle, como tantos / días más de su vida, y no lo espera / y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto / y ve, pone el oído al mundo y oye, / anda, y siente subirle entre los pasos / el amor verdadero de la tierra, y sigue, y abre / su taller verdadero, y en sus manos / brilla limpio su oficio, y nos lo entrega / de corazón porque ama, y va al trabajo / temblando como un niño que comulga / mas sin caber en el pellejo, y cuando / se ha dado cuenta al fin de lo sencillo / que ha sido todo, ya el jornal ganado, /vuelve a su casa alegre y siente que alguien / empuña su aldabón, y no es en vano". Así Claudio Rodríguez.

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