La cercanía de las elecciones el próximo domingo ha puesto nerviosa a doña Monsi, que tendrá que volver a viajar hasta su colegio electoral en Barcelona para depositar, otra vez, el voto. Antes de comprar el billete, la presidenta le mandó una carta al Gobierno de España, quejándose del trastorno que le ocasionaba todo esto y preguntando a los responsables si no les valía con el que ya había dejado en la urna en diciembre, y que seguro que podrían localizarlo sin problema porque llevaba el aroma de unas gotitas de Chanel nº 5.

Obviamente, la carta no obtuvo respuesta y, después de echar todo tipo de palabras malsonantes por la boca, fue a la agencia de viajes y sacó el billete en preferente. Se marcha este viernes y estará fuera solo tres días. Suficientes para respirar algo de tranquilidad sin ella.

En realidad, lo malo no es que vuelva, sino que se vaya, porque, cada vez que viaja, la presidenta se pone a centrifugar ideas para el edificio, como si pensara que no va a regresar y quisiera dejar su huella bien profunda para que la recordemos siempre. Lo que ella no sabe es que nunca la vamos a olvidar.

-Hay que darle vida a este edificio. Lo veo bastante soso -nos comentó la otra noche cuando, al bajar la basura, todos coincidimos en el portal.

-Soso y apestoso -se quejó Brígida-. Tenemos que organizarnos para bajar por turnos o un día de estos moriremos asfixiados.

-¿Y qué idea tiene para animarlo? -le preguntó María Victoria, tratando de evitar que nos diéramos cuenta de que el pestazo provenía de una de sus bolsas, que contenía los restos de unas potas descompuestas después de tres semanas.

-Yo creo que hay demasiado silencio aquí dentro.

-¿Silencio? -saltó Bernardo, pensando en lo que le cuesta pegar ojo cada noche por culpa del volumen que le ponen sus vecinas a la tele.

La conversación se quedó ahí hasta que, el jueves, doña Monsi nos comentó que ya tenía la solución para terminar con la monotonía silenciosa del edificio.

-Voy a cambiar los timbres.

-¿Qué timbres? -preguntó Úrsula desconcertada.

-Los de la puerta, aunque tampoco estaría mal que fuera el de tu voz -contestó la presidenta con un tonito desagradable.

A Carmela aquello le pareció un gasto inútil y se quejó de que no hubiera dinero para comprar lejía pero sí para despilfarrar en la "chorradita" de los timbres.

-No te quejes que, por lo menos, todavía, te dejo coger agua. Vete pensando cómo vas a fregar las escaleras cuando te corte el grifo -le amenazó.

-A mí las escaleras me importan un bledo, lo que me preocupa es que no podamos ducharnos si nos quita el agua porque eso, unido al olorcito de las bolsas de basura, va a convertir esto en una pocilga -advirtió Bernardo.

Aquella expresión espontánea provocó que la Padilla soltara alguna lagrimilla, pues se acordó de Cinco Jotas, su adorado cochino, que ahora vive con una desconocida en Vilaflor.

La discusión tenía todas las papeletas para acabar mal, así que doña Monsi dio unas palmaditas para centrar la atención.

-A ver -dijo sacando un papel-. He mandado a pedir los timbres a una empresa japonesa y voy a dejar que cada uno elija la melodía que quiera para el suyo.

-Ños, qué moderna la señora -comentó Eisi, que ya tenía claro que la suya sería algún tema de AC/DC.

Aunque tuvo dudas al principio, por la nostalgia, la Padilla terminó decantándose por la música de la serie de dibujos de Pepa Pig, mientras María Victoria escogió un tema de Bertín Osborne. El problema llegó con las hermanísimas, ya que Úrsula se empeñó en la sintonía del telediario y Brígida, en un bolero. Al final, el técnico tuvo que colocar dos timbres para la misma puerta.

La insuperable idea de doña Monsi rompió la tranquilidad sonora del edificio; sobre todo porque Bernardo eligió el himno de España y, como está obsesionado con la Eurocopa y ha invitado a todos sus amigos a ver los partidos a casa, cada vez que suena el timbrecito, su mujer grita por todo el pasillo ¡gooool!, creyendo que Iniesta acaba de marcar y el vecino del edificio de enfrente, un viejo militar retirado, se pone firme.

@IrmaCervino

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