La situación de los refugiados en nuestro continente es, sin duda, el mayor desafío de Europa después de la II Guerra Mundial. Incluso mayor que la reciente crisis económica. Las consecuencias no son sólo económicas y políticas, sino de un gran impacto social, hasta convertirse en la gran crisis humanitaria del siglo XXI. Europa se tambalea en sus propios principios y algunos países cuestionan diariamente los Derechos Humanos, que parecían ser, precisamente, uno de los pilares fuertes de la Unión Europea.

Hoy en día se simplifica, en exceso, cuando se trata de analizar este tema y, sobre todo, sus causas. Habría que remontarse, como mínimo a finales de la I Guerra Mundial y al tratado de Sykes-Pricot, para poder entender el actual drama de Oriente Medio. La creación de Estados artificiales como Siria, Jordania e Irak está en el origen del problema actual. Actualmente, tras cinco años de conflicto en Siria, con más de 260.000 muertos y más de diez millones de refugiados y de desplazados, la situación no hace más que empeorar. El pueblo de Siria se ha convertido en el rehén del mal llamado "Estado Islámico". Atacar las causas de la inmigración, en este contexto, no tiene una solución ni a corto ni a medio plazo. Por lo tanto, sólo nos queda que Europa sea capaz de comportarse como es debido para no repetir tragedias pasadas no muy lejanas.

Es cierto que la Unión Europea ha intentado buscar soluciones con poco éxito. Por ejemplo, a finales del 2015 se pactó un reparto de refugiados entre todos los Estados de la Unión Europea de difícil cumplimiento. En febrero del 2016, se firma un acuerdo con Turquía para que, a cambio de dinero, controlase los refugiados que tiene en sus fronteras y recibiera los que Europa le reenviara. Cualquiera podría pensar que Europa pretende tener a los inmigrantes cuanto más lejos mejor. Pero es que hay países que no sólo no cumplen con lo que firman, sino que plantean levantar muros dentro de Europa para impedir el paso de los inmigrantes en un ejercicio que sorprende en el siglo XXI de insolidaridad y xenofobia y nos recuerda a políticas que ya pensábamos superadas..., y no es así.

Por otro lado, se oyen voces en contra del tratado Schengen, que tanto costó y que es parte de la identidad de la UE. No se trata de controlar las fronteras interiores, parece más lógico reforzar las fronteras exteriores con el Frontex y poniendo rápidamente a funcionar la policía Europea, recientemente aprobada. E, incluso, el "apoyo temporal" de los buques de la OTAN no parece un error. No se trata de impedir el paso de los inmigrantes, que se juegan su propia vida y la de sus hijos para buscar unas condiciones de vida mejor, como todos haríamos en sus mismas condiciones, sino de redistribuir a los inmigrantes entre los diferentes territorios de la Unión Europea.

Llegados a este punto, lo que, en mi opinión, debería lograr la Unión Europea sería liderar un acuerdo mundial para que esta distribución de inmigrantes sea compartida por todos los países que se proclaman defensores de los Derechos Humanos, y no solo por los países más cercanos al problema humanitario. La justicia natural es la que tiene validez en todas las partes del mundo. Y esta justicia natural podemos compararla con los Derechos Humanos y el derecho de los refugiados a una vida segura y digna.

Europa no se puede encerrar y levantar fronteras; dejaría de ser Europa y estaría condenada al fracaso. Los refugiados no son números, sino personas con un drama en sus espaldas. La Unión Europea tiene que ser más Europa y buscar soluciones acordes a sus propios valores.

*Abogada, economista y politóloga