Santa Cruz ha sido siempre una capital muy cultural. En cuanto a cines, llegó a tener bastantes para el nivel de población que habitaba: Price, Charlot, Baudet, Victoria, La Paz, Víctor, El Greco, Rex, Ideal Cinema (en verano), San Martín, Toscal, Royal Victoria, Parque Recreativo (que también era teatro), Avenida, San Sebastián, Buenos Aires, Tenerife, Crespo... Hasta ahí llega mi octogenaria memoria, no sé si existía alguno más. Ya en los ochenta llegaron los multicines, y se abrieron los Oscar y se reformaron el Greco y el Price.

En las décadas de los cincuenta y sesenta la afición era muy grande, y asistir al cine era como un acto social, con gente muy bien ataviada, damas vestidas con elegancia y caballeros con chaqueta y corbata. Se proyectaban magníficas películas en horario de tarde y noche, con sesiones cada día a las 18:30, 20:30 y 22:30. De novios íbamos solos a la primera sesión; si acudías a otra, siempre era acompañado de una carabina. Los sábados era cuando más acudía la gente, y a las dos últimas funciones de alguno de los cines de estreno había que anticiparse para comprar las localidades, porque se agotaban. Lo normal era comer algo antes de entrar y disfrutar de un helado a la salida. Me encantaba la copa "Melva", homenaje a una famosa cantante australiana, de la heladería Marpi en la Rambla de Pulido, o disfrutar de los sabores de La Alicantina, en la calle de La Rosa a la salida del Royal Victoria. Entonces, la sociedad era pacífica, tolerante, educada y vestía son sobriedad, y era muy raro tropezarse con una trifulca. Ahora se han perdido un poco las formas, sobre todo en el vestir, y se considera elegante llevar un vaquero con agujeros a cualquier acto, e ir las chicas apretadas y enseñando muslo o barriga, más que insinuando, que quedaría más coqueto. Es otra forma de ser, y no me gusta.

Mi afición al cine comenzó de adolescente. Fui repartidor de clichés (transparencias) en los cines de estreno. La agencia de publicidad RONA, de mi hermano Paco, me pagaba unas perrillas por repartirlos y entregarlos directamente en las cabinas de proyección, por lo que daba pie a poder ver todas las películas nuevas sin pagar. Los cines de estreno eran el Baudet, Víctor, Rex y Royal Victoria, a los que años después se unió el Greco. La cadena más importante era el Baudet, con varios establecimientos, pero a mí me encantaba el Rex, en la calle Méndez Núñez, que creo que merece dedicarle más líneas otro día.

En aquella época el entretenimiento era el fútbol y el cine. Intercambiábamos opiniones entre los amigos, y nos recomendábamos las que habíamos visto. Hoy en día solo se habla de política, y es normal entrar a tomarse un café a un bar y encontrarse a cualquiera dando toda una conferencia sobre el tema. Dicen que se explayan ahora porque antes estaba prohibido, pamplinas, simplemente al personal no le interesaba lo más mínimo.

Cuando mis hijos ya tuvieron edad de aguantar una película completa, los llevaba los domingos a la sesión de las cuatro. Ellos me pedían ir a tal o cual película, y yo elegía el cine con las butacas más cómodas para echarme una siesta. Así se pegaron la filmografía de Cantinflas, el Zorro o Tarzán; ellos se divertían y yo disfrutaba de las letras del principio y del final. Con la televisión entró el cine en casa, aunque ahora, con doscientos canales no encuentras nada decente para distraerte. Parece que las cadenas eligen el mismo tipo de película, con tramas parecidas y que transcurren siempre de noche. Prefiero las antiguas, y si es cine de barrio el sábado por la tarde, aún mejor.

Mi hijo el pequeño es el más aficionado. Le encantan las nuevas tecnologías, el sonido envolvente, las películas en tres dimensiones..., de tornillos las llamo. Me recomendó una, según él extraordinaria, la última vez que fui al cine. Después de un apetitoso almuerzo con unos amigos, allá que nos metemos en los Yelmo del Meridiano, con una sala espléndida, y asientos maravillosos, cómodos y amplios. Avatar se titulaba, una historia extraña de la que no me enteré porque me quedé frito. Puede que fuera buena, no lo sé.

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