Puede resultar complicado (o no) vaticinar lo que va a acontecer después del 26J. Quién gana, si es que alguna organización política se alzó con una mayoría suficiente para gobernar; quién se llevó un batacazo de órdago; quién está amenazante ante las ambigüedades de algunos; o si el escenario que se ha producido es calco del anterior.

O sea, que unas terceras elecciones están a la vista, lo que producirá cabreo y una imagen deplorable de un país carente de líderes con denominación de estadistas. Todo es posible.

Reflexionando, sí decir que lo que uno ha visto y oído es de una pobreza argumental preocupante; es como si en los espacios que han ocupado aquellos que pretenden gobernar se hayan llenado de mediocridad y de grandilocuencia por unos ensayados, como si estuvieran en la tramo ya del gran teatro del mundo; y por otros empeñados en decir de manera insistente que con ellos se ha ido el escándalo, llegó la paz kantiana, el esplendor más allá de la hierba, y los cielos, al fin, se han abierto para acogernos en un arrullo esplendoroso.

¿Y Canarias cómo habrá quedado? ¿Qué hacer ahora con las proclamas de los que desde el continente se han trasladado a las islas para seguir insistiendo con esa prepotencia que nos los abandona hacia nuestra tierra, lo mal que está gestionada, del caciquismo rampante y de la mediocridad de nuestros gobernantes. Pero no importa; ellos con su varita mágica, sus chalecos tipo cowboy americano, situarán a Canarias en el mejor de los espacios políticos y económicos. Monserga que ya molesta por repetitiva. (¿Recuerdan los 25.000 millones del Plan Zapatero?).

Es el discurso de los que siguen creyendo que venir a Canarias es un viaje de placer, que estamos alelados y que tragamos ruedas de molino; nos ven distantes, pero con su presencia diamantina nos acercaremos a ese progreso que dicen que no tenemos y que ellos nos van a traer.

La misma cantinela que ahora se irá apagando, aunque queden los ecos del neocolonialismo, que no se ha ido de nuestra casa, del proteccionismo estúpido que creen que sin sus políticas iremos proa al roquedal.

Se han ido, aunque otros siguen enfrente, pero los destellos de una farragosidad lastímera quedará también, no como si fuese traducción de bienestar, sino como una pejiguera con la que hay que contar un día sí y otro también.

Esperemos que al menos el nacionalismo, el nuestro, no el camuflado bajo el paraguas del PSOE, tenga presencia en el escenario de la política para que las diferencias se vayan marcando cada vez con más nitidez, para que no nos confundan ni con especímenes pintorescos ni con aquellos que siguen pensando que creemos que los niños vienen de París.