En plena campaña, mientras Pablo Iglesias se refería a su militancia comunista como pecado de juventud, el severo Sánchez pedía respeto para los comunistas por sus muertos. Lo cierto es que han destacado infinitamente más por matar a mansalva que por morir.

Distingo entre el núcleo de Políticas que la recluta de Carmena, Colau, el general, la juez... El núcleo teórico de Podemos siempre ha calificado a los comunistas de paleoizquierda con desprecio. Cuestión de escalas.

El siglo XX sirvió para dejar sentado una evidencia incontestable, que en nombre de las ideas se habían cometido muchísimos más crímenes que por la religión en toda la historia. En la URSS millones, incluidos comunistas, el genocidio completo de los kulaks (propietarios agrarios). Hubo 40 millones de muertos en el "Gran salto adelante" de Maozedong sin contar "Revolución Cultural" y "Larga marcha". 8 millones los Jémeres rojos. En Cuba, El Che: "Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando".

El PCE fue excrecencia estalinista y satélite del komintern. Los maquis no fueron solo comunistas y se trataba de guerrillas. El desarrollo de la economía española hizo a la dirección comunista abandonar la revolución, y su soledad propugnar la Reconciliación nacional. El PCE del interior era prácticamente inexistente, Javier Pradera afirmaría que ellos no luchaban por la democracia sino por el socialismo. Lo que sabíamos todos. Aunque pocos, hubo "limpias" como las de Claudin y Semprún. En el caso Grimau, no exento de sombras -poseía "biografía" en la República-, se sabía que si le detenían moriría.

Al final del franquismo, mientras afloraba la extrema izquierda y el nacionalismo violento, el comunismo se hizo opción de la clase media profesional de doble moral. Una cosa de locales de moda y apariencias. Y obrerismo, claro. Era el partido revisionista, pactista y oportunista (resabios leninistas). Su contribución al fin de la Dictadura, puede inferirse de los votos obtenidos en las primeras elecciones democráticas.

La limpieza de imagen vino con la matanza de abogados de Atocha, imbuidos de amor, en lugar de al prójimo, al obrero, sublimando exitosamente la religiosidad de padres y curas, consolidaron un espíritu: ser ejemplo y cátedra moral. Sobre un hecho circunstancial, desatado, confuso (iban a por un sindicalista) sin amenazas previas, a cargo de un grupúsculo fascista improvisado, y al margen del Estado, que resultó detenido. Los abogados, funcional y orgánicamente, se incardinaban en la legalidad franquista. Lo demostró su funeral; también, de modo insólito, fue la gran epopeya de la abogacía española. Y todo pasivamente. Sin Atocha ¿qué?