En la política, como en la cocina, los guisos llevan su tiempo. Cuando obtuvimos el damero maldito del Parlamento de diciembre del año pasado, algunos confiamos en que después de un par de hervores las papas estarían guisadas. Pero eran papafritas. No hubo manera. Unos porque no, otros porque sí y todos por lo mismo, no pudo ser que se reunieran 176 diputados para elegir un Gobierno para España.

Total, se dijeron, qué puñetas: nos gastamos doscientos millones de euros más y nos damos otra vuelta. ¿No? Será por pasta! Será por tiempo! Y nos pusimos a ello, lo cual que acabamos de terminar. Este sudoku parlamentario del 26J es menos complicado que el del año pasado porque hay posibles mayorías a un lado o al otro del fantasma, digo del espectro. Pero va a ser imposible que lleguemos a sitio alguno si el elenco sigue poniéndose a parir sin solución de continuidad.

A las pocas horas de celebradas las elecciones, Albert Rivera ha avisado de que no va a apoyar a Rajoy. Pedro Sánchez ha dicho lo mismo. Y Pablo Iglesias, desaparecido en combate, casi que los ha mandado a todos a tomar por nalgas. O sea, nadie quiere a Rajoy pero nadie tiene otra alternativa. Así que o estamos en aquello de chingar la borrega o estamos en aquello de otro del postureo para ganar tiempo.

Voy a ser optimista y decirles que creo que estamos en el segundo escenario. Que me perdone Pablo, por hablar de subirse a las tablas en la casa del ahorcado, pero algunos quieren que la cosa madure y que la presión social y mediática les empuje a hacer algo que saben que tienen que hacer. Hacerse los remolones es una manera de ir preparando la cosa y tal y tal. Que conste, sin embargo, que algunos toletes ya avisamos que unas terceras elecciones eran algo perfectamente posible. Y que si las encuestas se cumplían, era perfectamente probable. Pero las encuestas se pegaron una columpiada histórica y esta realidad no tiene nada que ver con sus fantasías. Unas nuevas elecciones no son necesarias.

Tal y como estamos, hay 350 personas que se tienen que tomar en serio los cuatro mil y pico euros de sueldo mensuales que les pagamos y los treinta millones de euros que ingresan los partidos por ellos. Porque en Europa pasan cosas. Porque nuestra economía sigue atascada. Porque hay miles de personas que esperan a que les saquen del congelador del paro o del precariado laboral. Y todo eso, criaturas, lo tiene que impulsar un Gobierno apoyado en una amplia mayoría parlamentaria.

Por la derecha o por la izquierda este Congreso tiene que buscar una salida al atasco monumental al que nos conducen una y otra vez las rencillas de los líderes y los intereses electorales. Los ciudadanos pagan. Y votan. Y ya van dos veces. Una fantástica manera de suicidarse de los actuales partidos, nuevos, viejos o mediopensionistas, es fracasar otra vez y abocarnos a unas terceras elecciones. Porque me temo que en esas sólo contarían con el voto de la señora madre que les parió.