Si ya lo decía mi abuela: "Quien salud no tiene de todo carece". Gozar de buena salud no debe sólo entenderse como la ausencia de enfermedad, sino disfrutar de un estado completo de bienestar físico, mental y social. Asegurar una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades es esencial para el desarrollo sostenible. Los ODS nos ponen frente a una realidad compleja, pues el cumplimiento de un ODS depende de la consecución del resto, en una especie de simbiosis circular. Por eso, las políticas que deben plantear los organismos públicos deben ser integrales y globales, aunque aplicadas de forma local. La semana pasada decíamos que el hambre impide afrontar la vida de forma saludable. Pero resulta que sin una buena salud no estamos en disposición de trabajar, que es lo que nos permite salir de la pobreza, lo que a su vez nos permite alimentarnos..., y así mejorar nuestra salud.

Mi buen amigo Erio Ziglio siempre usa un ejemplo muy gráfico al respecto: "De nada sirve invertir en tratamientos y en hospitales si, una vez que curamos al enfermo, lo enviamos de nuevo al entorno en el que ha enfermado". Es decir, el cuidado de la salud comienza en el entorno personal y familiar de cada persona, no en los hospitales.

Pensando localmente, probablemente este sea uno de los objetivos más fáciles de conseguir, porque depende en gran medida de nosotros mismos. Muchos dirán que están cansados de que les digamos que deben llevar una vida sana, una dieta equilibrada, no fumar, hacer deporte, beber con moderación, no consumir drogas... A fin de cuentas, ¿cada cual no puede hacer lo que quiera con su cuerpo? Sí y no. La verdad es que a veces olvidamos que la mayoría de nosotros puede optar por estar sano. A veces la enfermedad llega porque tiene que llegar... No siempre se puede evitar. Pero ¿somos conscientes de los recursos sanitarios que consumimos cuando decidimos no estar sanos? Nuestros servicios sanitarios están desbordados con casos que se podrían haber evitado. Y con nuestras acciones, privamos del acceso a la sanidad a personas que puede que la necesiten más que nosotros, porque su enfermedad puede estar motivada, por ejemplo, por la desnutrición o por vivir en condiciones insalubres.

En cualquier caso, es evidente que la sanidad ha avanzado mucho en el último siglo, incluso en los países en vías de desarrollo, aunque evidentemente los problemas a los que nos enfrentamos son muy diferentes. Si en nuestro mundo occidental tratamos de reducir el número de muertes y lesiones causadas por los accidentes de tráfico, en muchos lugares del mundo aún se preocupan por reducir las altísimas tasas de mortalidad infantil. Mientras en nuestra opulenta sociedad tratamos de reducir el impacto que el consumo de tabaco tiene en nuestra salud, hay países donde la malaria y las enfermedades tropicales mal atendidas siguen causando estragos entre la población más vulnerable.

Apoyar la investigación y el desarrollo de vacunas y medicamentos para las enfermedades -transmisibles y no transmisibles- que afectan principalmente a los países en desarrollo y proporcionar acceso a los medicamentos esenciales y vacunas a precios razonables son dos de las medidas que deberían ser impulsadas de forma coordinada por todos los Estados. En Canarias tenemos el gran ejemplo del Instituto de Enfermedades Tropicales, que, dirigido magistralmente por el profesor Basilio Valladares, nos demuestra que desde Canarias se pueden desarrollar importantes proyectos de cara a la consecución de los ODS, no sólo en nuestro territorio, sino proyectándolos hacia los países de nuestro entorno geográfico.

Para evitar la propagación de enfermedades se hace necesario fortalecer la capacidad de todos los países, y particularmente aquellos que se encuentran en vías de desarrollo, para detectar de forma temprana cualquier riesgo para la salud, facilitando la gestión coordinada de cualquier amenaza sanitaria, reduciendo así el riesgo de transmisión. Los episodios vividos en torno a la -pésima- gestión de los últimos brotes de ébola o la amenaza de pandemia provocada por la llamada gripe A o el virus del zika deberían hacernos reflexionar sobre la importancia de coordinarnos a nivel global. Debemos reaccionar desde que tenemos conocimiento del primer aviso, no sólo cuando sentimos amenazada nuestra zona de confort. A veces olvidamos que la vida de una persona infectada por ébola tiene el mismo valor en el Congo que en Tenerife, y que todos tenemos el mismo derecho a ser salvados.

La fragilidad ante la enfermedad nos hace iguales, porque todos somos humanos. No permitamos que el acceso a los recursos sanitarios marque la diferencia, porque todas las vidas son igual de valiosas.

*Profesor de Ética de la Universidad Europea de Canarias