Escribía Emil Cioran, filósofo rumano establecido en París, que de quienes había que desconfiar era de los idealistas y entusiastas, y valorar a los indiferentes y abúlicos. De estos jamás habían surgido mártires, fanáticos, providenciales o esclarecidos, responsables al final de todos los desastres y ruinas de la historia.

Parece evidente que el "voto del miedo" frente al voto eufórico y alegre del cambio, encriptado bajo alocuciones sociales y de igualdad (un mero quererlo así), resulta mucho más razonable, responsable, perspicaz y sometido a lógica, o sea, a racionalidad que el voto vigorizante, que asalta los cielos al estilo Zeus. Enunciado que suplanta verdaderas propuestas políticas por delirios psicóticos y poesía de saldo.

La legitimidad del "voto del miedo" no expresa más que madurez y responsabilidad de la sociedad, y una extraordinaria virtud cívica. Lo sorprendente es que se estigmatice como si fuera obra de cobardes, legos en políticas "progresistas" (otro anuncio teológico y celestial) invadidos de temor; de un voto recolectado en conventos, geriátricos, pobres viudas, temerosos comerciantes, analfabetos (los comentarios apenados de las luminarias podemitas han sido en ocasiones verdaderamente fascistas), cuarteles, latifundios..., y demás derrumbados paisajes del imaginario podemita, gravitando siempre en torno a países insalubres y laminados: la España del 36, Venezuela, la Grecia abandonada (por ellos). Enfrente, el enhiesto voto valiente y arriesgado del votante eufórico, que casualmente es el que ansía acogerse a todo tipo de tutelas, disciplinas, regulaciones y direcciones autoritarias.

Más allá de la salmodia despectiva del voto del miedo, cabría preguntarse si había motivos razonables para el miedo. Según el juvenil general Rodríguez -incapaz del mínimo crédito entre los votantes a pesar de sus peregrinaciones grotescas-, reprocha a millones de españoles su falta de ética por votar de una manera. Otro catedrático de ética.

Dan miedo Marine Le Pen, Donald Trump, Chávez y Maduro, Hitler y Stalin, el "brexit", y los que, incapaces de plantear otra cosa que el "amor a los necesitados" -que revela la miniaturización del Estado a parroquia-, dan gato por liebre y mienten más que hablan. Sin programas de mínima solvencia en nada, que lógicamente resulta imposible conocer, solo hacen marketing, trucos y chirigotas. No se puede ser comunista, socialdemócrata y transversal a la vez. Resulta que los analistas han arrasado con Aristóteles (no solo los perdedores); sitúan el miedo como causa eficiente de sus aflicciones, cuando por lógica es tan solo efecto, y las causas de verdad han de ser otras, por ejemplo, su totalitarismo, mentiras, incompetencia y peligro.