Me gusta la gente que no tarda mucho en defraudarme. El tiempo es oro. Rajoy dijo en la pasada campaña electoral que su nueva hoja de ruta era bajar impuestos. Como ya nos la había metido doblada en el 2011, cuando prometió lo mismo y para después ordeñarnos, se tomó el trabajo de asegurar que esta vez se daban las condiciones para cumplir su promesa (Financial Times, mayo 2016). Todavía no se ha formado el nuevo Gobierno y ya ha decidido darle una sacudida de 6.000 millones al impuesto de sociedades. Supongo que eso le debe transformar en el plusmarquista mundial de las promesas incumplidas.

Curiosamente donde más aplausos ha recibido es en la izquierda. Les pirra que les aprieten las tuercas a las grandes empresas. En realidad, se trata de un adelanto del cobro del impuesto de sociedades -de los pagos fraccionados- que pondrá antes en el bolsillo del Gobierno un dinero que tendría más adelante. Necesita maquillar las cuentas del 2017. Pero no será bastante y vendrán nuevas sacudidas fiscales. Como si lo Viera y Clavijo.

Hay algún ilustre tonto que saca pecho y sostiene que lo que deberíamos hacer es pasarnos a Bruselas por salva sea la parte, incumplir el déficit, saltarnos a la torera los recortes y apostar por aumentar el gasto público. Para un país con una deuda que supera el billón de euros, ese tipo de pensamientos son tan estúpidos como para cualquiera de nosotros pensar en no pagar la hipoteca, salvo que estemos dispuestos a que nos levanten la casa.

Tener la deuda que tenemos nos deja expuestos a la más leve turbulencia financiera. Quien nos ha salvado el trasero ha sido el Banco Central Europeo, que ha situado los tipos de interés en una franja razonable. Pero si volvieran a subir, gran parte del esfuerzo fiscal de los ciudadanos de este país se arrojaría al pozo sin fondo del pago de los intereses de una deuda que volvería a ser considerada de riesgo por los mercados. No se trata de que queramos o no seguir las políticas de la UE, es que no tenemos otro remedio.

A la derecha, en el otro extremo de la estupidez, algunos ponen como ejemplo a Irlanda, un país que después de estar en la quiebra -como España- protagoniza tasas de crecimiento extraordinarias basadas en una política de impuestos bajos y expansión económica. Claro que Irlanda es un país de baja fiscalidad, que tiene cinco millones de habitantes y un PIB de doscientos veinte mil millones de euros año. Comparar al "tigre celta" con España no es muy afortunado porque son un huevo y una castaña.

Pero mientras nuestros dilectos electos ocupan su ocio en el rodaje de una nueva versión del día de la marmota para elegir Gobierno, el curso sigue. El déficit al que se tiene que comprometer España para el año próximo es del 3% del PIB. Significa que solo podremos gastar 30.000 millones más de lo que ingresemos. El año pasado, plagado de recortes, gastamos 60.000 millones más. Hagan cuentas. O el Estado se recorta hasta el fondillo de los pantalones o nos van a sacar otra vez los hígados. Marque la segunda casilla.