Resulta tranquilizador que se alcen tantas voces contra la proliferación del odio en la vida sociopolítica (el revanchismo fue el gran lubricante) y en las redes sociales. Aunque el odio también se enseñorea en determinados ámbitos de izquierda radical. Ahora Madrid es marca del odio clínico: Maestre, Zapata... son ejemplos de agresividad indubitable. Los síntomas unívocos es lo que cuenta. No la política: palabrería y escape.

Una pulsión como el odio se sustrae a una explicación política o social porque caen bajo otras disciplinas que son las competentes y dan luz: el psicoanálisis, la psiquiatría. La asequible y sencilla política solo es capaz de ofrecer argumentos binarios: o condena o comprensión. Y se acabó. Dada la pobreza conceptual, epistemológica, de la política para explicar conductas que evidencian, como síntomas, su trasfondo patológico, debe desecharse.

Ahí está la inhumanidad de algunos antitaurinos. Sus celebraciones ante la muerte de personas son imposibles de casar con su aparente amor a los animales (ni como ambivalencia). Si hay dos colectivos relucientemente humanistas son los animalistas y los pacifistas, heraldos de la nueva humanidad, aunque con marcadas preferencias. Sin embargo, suelen ser los más agresivos. Feministasy ecologistas no lo suelen ser. Si hubiera que hacer una exposición gráfica de manifestaciones públicas que mejor expresen la agresividad de gestos, ojos enfebrecidos a punto de salirse de sus cuencas, exaltación, caras desencajadas, yo elegiría las de los pacifistas. El contraste (ideas/pulsiones) siempre ha resultado demasiado paradójico. Hay un desfase entre "ideas" y síntomas: las ideas se vehiculan por las emociones y síntomas que aquellas niegan. Lo que no les pasaba a Gandhi, Tolstoi o Luther King. Los desequilibrios emocionales y las pulsiones se materializan en síntomas, que se eluden con racionalizaciones. Así se emborrona la verdad manifiesta e incontrovertida.

Estos dechados de amor, santos de nuevo cuño, esos corazones a punto de estallar, tienen clara acogida en el psicoanálisis bajo dos conceptos esenciales: agresividad y sublimación.

Freud consideraba la agresividad adscrita a Tánatos (instintos de muerte) frente a Eros (de vida). Laplanche y Pontalis la definen como tendencia que se actualiza en conductas reales o fantasmáticas, dirigidas a dañar a otro, destruirlo, contrariarlo, humillarlo.

Hay un mecanismo para evitar este engorro, que es la sublimación, como deriva y superación de las pulsiones agresivas a objetos socialmente aceptables, incluso elevados, como el arte y la ciencia. El instinto en origen execrable puede santificarse en destino. Desviados a la política y el activismo y, allí emboscados, los mecanismos patológicos se hacen "presentables".